28.6.05

I. La llegada

La mañana del martes día 21 de junio, acudí al Aeropuerto de Barajas a recibir a la expedición del maestro Hamada(*). Llegaba de Virginia con sus alumnos: dos jovencitas adolescentes (de 14 y 15 años), un matrimonio joven (Eric y Margerite), el talludo Tim, el bonachón Perry y la secretaria del maestro, Kim. Junto a ellos viajaba el propio maestro con su mujer Kazumi. Al parecer venían cargados de cajas y maletas por lo que habría que “echar una mano” con su traslado al hotel Regina en pleno centro de Madrid. Mi amigo José Luis de Antonio acudió con su furgoneta de siete plazas. Llevó con él a su alumno Lorenzo, que también conducía otra furgoneta similar. Por supuesto, también acudió Pedro que no podía faltar a la cita en el aeropuerto en su calidad de anfitrión.

La espera fue larga. Desde que se anunció que el avión en que venían los budocas americanos había tomado tierra hasta que les vimos pasaron muchos minutos. Luego, todo transcurrió deprisa. Fue como cuando uno se sube a lo alto de un trampolín y no se decide a saltar al agua. Cuando por fin se da el paso al vacío, el tiempo cobra otra dimensión. De repente uno se encuentra a gran velocidad por el vacío y sin saber exactamente cuando, se zambulle en el agua fresca con un gran estruendo que desaparece a medida que el cuerpo se vuelve ingrávido. Algo de toso eso nos sucedió a los cuatro miembros de la comitiva española de recepción.

Yo, por educación, intenté cerrar la comitiva y caminar detrás del sensei. No hubo manera; se retrasaba notablemente del grupo, para no caminar a nuestro lado.

Solo con las cajas y algunas maletas quedó repleta la furgoneta de Lorenzo. En la de José Luis también se metieron muchas maletas y sólo quedaron tres plazas libres después de mucho luchar. Después de todo, mi presencia en el aeropuerto iba a ser algo más que testimonial. A mi coche subieron Perry –delante- y dos de sus compañeras. Se les notaba cansados, por lo que sólo charlé un poco con ellos, mientras conducía.

Al poco de llegar al hotel, Pedro me pidió que les acompañara al Casino, que se encuentra a escasos metros del hotel Regina, para servir de intérprete. Esa era la razón por la que yo había acudido al aeropuerto.

Enseguida me di cuenta de que al maestro Hamada no se le podía tratar como a cualquier otra persona. Yo le miraba de hito en hito, pero bajaba la mirada cada vez que descubría que el maestro notaba que le observaba. En el momento de salir del hotel y dejar allí a sus alumnos vimos la primera muestra del profundo respeto que sienten hacia él; de la veneración que le profesan. Cualquiera que pasase por allí pensaría que se trataba de una secta. Hombres maduros como los americanos llegados desde Virgina se cuadraron como soldados ante el maestro y con los talones fuertemente juntados inclinaban sus cuerpos 45 grados manteniendo la reverencia hasta que el maestro estaba muy lejos; ya en la calle.

Al Casino nos trasladamos cinco personas: el maestro Hamada, su secretaria Kim, Pedro R. Dabauza y yo. La quinta persona era Didra, una profesora de inglés residente en Madrid, que es a su vez alumna del maestro en Virgina. Acudía como traductora del maestro; y lo pasó francamente mal a lo largo de estos tres intensos días. Su castellano no es muy bueno.

Una vez se sentó el maestro y viendo lo protocolario de cuantos movimientos realizaban su secretaria y Didra, me quedé en pie sin tomar asiento. En cierto modo no sólo lo hice por respeto; era como si me hubiera quedado pasmado. El resultado fue bueno porque el maestro vio mi actitud y me invitó a tomar asiento. Luego, las instrucciones sobre el protocolo para el momento de los exámenes y del seminario del siguiente jueves, fueron muchas y muy detalladas. Empecé a tomar conciencia de cómo se toman las cosas gente como el maestro Hamada, que puede presumir de descender de una familia samurai de alta alcurnia.

Cuando acabó nuestra reunión salí sin sentir que las piernas transportasen mi cuerpo. Estaba francamente impresionado por todo lo que había visto… Y aún estaba por ver casi todo.
* Maestro de enorme prestigio descendiente de familia samurai. Su nombre se pronuncia “jamada”. La mayoría de los japoneses adopta el inglés para escribir, ese es el motivo de que en España se escriba yudo con jota, por ejemplo.

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