28.6.05

III. El gran día

La alarma sonó a las 4:00. Había dormido poco más de tres horas. Tardé en reaccionar, pero un café cargado me ayudó a despejar mi somnolencia. No tardé en empezar a golpear con energía las teclas, hilvanando frases con cierto sentido. Los nervios me hacían volver la cabeza a cada poco para ver la hora en el reloj colgado de la pared. Enseguida acabé un reportaje sobre las fiestas populares recientemente celebradas en Torrejón. Luego, pasé a redactar otro sobre le balonmano-playa. Para ampliar este reportaje tuve que transcribir la entrevista a uno de los mejores jugadores del mundo de esta modalidad deportiva. Al acabar, me puse, casi con fiereza, a escribir sobre la oferta municipal de actividades estivales. Con los textos concluidos, empecé a seleccionar las fotos de los tres reportajes, mientras los enviaba por correo electrónico a la redacción de la empresa para la que trabajo.

El proceso de selección de fotos y su correspondiente envío siempre me lleva varios minutos por cada imagen. Primero selecciono las mejores imágenes, luego las retoco una a una, para conseguir que sean de máxima calidad (en ocasiones hay que recortar, quitar manchas, enfocar, sombrear caras de policías y niños o matrículas de coches, etc.). Luego, el envío de las imágenes es laborioso, pues las nuevas tecnologías también tienen sus limitaciones. Hay que tener en cuenta que las fotografías han de tener una calidad aceptable para poder ser publicadas en papel. Eso quiere decir que, a veces, enviar cuatro fotos puede llevar cinco minutos. Si se tiene en cuenta que envié cincuenta, se puede uno dar cuenta de lo laborioso de la operación.

Pese a todo, salí de casa con la confirmación de que todo había ido bien y con tiempo suficiente para comprar algo de comida. La cita era de 11:00 a 11:30 en el polideportivo Los Rosales de Móstoles y la previsión era de no salir de él hasta las 17:00 horas.

El sentido común aconsejaba meter en la bolsa, junto al yu-yitsu-gui (al traje de faena, vamos), algún alimento y, un par de botellas de agua. De una de ellas fui dando buenos tragos mientras conducía.

Llegué al polideportivo a las 11:00. Como me había despertado a las 4:00 y sólo había tomado tres cafés, para conseguir vencer el sueño, decidí ingerir algo de alimento: lo más duro estaba por venir y podría venir bien para no desfallecer.

Al pasar el recinto deportivo, lo primero que hice fue orinar. Había bebido casi un litro de agua y luego tal vez no se pudiera salir al servicio con libertad.

Al llegar al pabellón, Pedro daba instrucciones para rematar algunos detalles. El tatami había sido colocado sin quedar centrado en la sala. Varios alumnos del maestro Enjuto (otro de los participantes en el evento) trasladaban algunas colchonetas de un extremo al otro del tatami. Solté la bolsa y me puse a colaborar. Luego, me encargaron de custodiar las llaves del vestuario destinado a los maestros, de recibirles a su llegada y de explicarles donde tenían a su disposición cada cosa que necesitasen.

Poco después, llegaron los americanos, todavía sin los maestros. Utilizaron el Metro para su desplazamiento. Yo no quise comprometerme a acudir en esta ocasión al hotel y le pedí disculpas por ello a Pedro cuando me lo pidió la noche anterior. Bastante tenía con el cierre de la revista. Por otra parte, había quedado con mi uke (compañero de examen), Arturo Santos, en acudir pronto al polideportivo para dar un repaso a nuestro examen. No tuvimos ocasión más que de recitar en alto la serie de ataques que yo le realizaría. Todo lo demás se nos fue en atender las instrucciones que nos iban dando y, en mi caso, en colaborar en cuanto se me ordenaba (“llama a José Luis para ver si ya han salido”, “explica a Didra para qué sirve cada llave”, “sal a esperar a los maestros para conducirles a su vestuario”…)

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