28.6.05

IV. Un examen muy especial

Me gusta ser humilde porque creo que soy una persona sencilla. No me gusta presumir de nada mío y, sólo en ocasiones, me gusta hacerlo de los míos (de mi familia, de mi hija, de mi compañera –o mujer, como se suele decir-, de mis alumnos, de mis amigos…)

Para mí una prueba es el momento de dar el máximo en algún apartado. Me he examinado de muchas cosas. Además de las normales (carné de conducir, escuela…) me he sometido a pruebas orales en la Universidad, exámenes de capacitación profesional, entrevistas de trabajo, a pruebas de ingreso en coros, a exámenes de yudo, atemi-yu.yitsu, lucha sambo… Además he sido un vigoroso competidor que ha llegado a disputar varios campeonatos de España e incluso internacionales. He arbitrado combates importantes de yudo a campeones internacionales y he tenido que dirigirme desde diferentes escenarios a un público selecto o a una gran multitud de personas. Quiero decir, que me he sometido a duras pruebas de nervios en las que uno está bajo la mirada de personas de mucha importancia. Pero todo lo que rodeaba a esta gran cita que aquí describo, era especial. En todo momento supe dominar mis nervios, pero mi estado era de alerta total; mi concentración era absoluta.

Pedro R. Dabauza hacía verdaderos esfuerzos por llamar nuestra atención, mientras muchos de los del grupo de españoles no le atendían. Era su forma de expresar su estado de nervios; supongo. La cosa era ultimar los detalles del protocolario procedimiento de saludar al maestro a su entrada al pabellón, de entrar al tatami en grupo o por parejas, de salir del tatami, etc.

Mientras Pedro explicaba alguna de estas cuestiones llegó acalorada la secretaria Kim, ataviada de “jakama” y descalza. Empezó a darnos algunas instrucciones para el momento en que accedieran los maestros al pabellón en que nos encontrábamos. Poco después se podía cortar el aire con un cuchillo. Escuché sus alumnos decir en inglés que ya venían y grité: “ya están aquí”. Nos pusimos firmes sobre el tatami y, tan pronto vimos la figura del maestro Hamada comenzamos a aplaudir como se nos había indicado. Giramos al tiempo que los maestros se dirigían a la presidencia sin dejar de aplaudir hasta que tomaron asiento bajo las banderas de la organización Dai Nipón Butoku Kai (DNBK), de España, de Japón y de Chile (en honor a los dos nuevos miembros Herbert Aroca y su alumno Luis). Por cierto que instantes antes de comenzar el acto se hubieron de mover uno diez centímetros por instrucción de la secretaria Kim. Dos compañeros tuvieron que buscar una larga escalera para desatar las banderas y volverlas a atar un poco más abajo.

Sonaron los himnos de España y Japón, asistimos a los discursos de los maestros Hamada, Kuwa Hara y Dabauza. Y se nos indicó que saliéramos ordenadamente del tatami. Luego, la delegación española formó para comenzar las demostraciones. Tras salir en orden al tatami y saludar a la presidencia nos sentamos (es un decir) en posición “seiza”. Es decir, que nos arrodillamos al estilo tradicional japonés. Así permanecimos mientras los maestros Kitano y Kuwa Hara, junto al señor Koshima, realizaron diversas demostraciones de gran belleza. La que más me impresionó fue la del maestro Kuwa Hara, pero no cuando fue realizando diferentes técnicas de defensa contra puñetazos patadas o agarres. Me impresionó aún más cuando dio una instrucción a su ayudante el señor Koshima y éste empezó a proyectar al maestro. Ver a todo un maestro de 85 años salir por los aires y caer con naturalidad me pareció un gesto de humildad, muy a tener en cuenta. Tal manifestación del espíritu budo del que están dotados estos grandes maestros lo considero todo un regalo.

Cuando el maestro Dabauza anunció que comenzaría la demostración de los aspirantes a yu-yitsu “sho-dan”, intenté ponerme en pie de un salto; había llegado mi turno. Los pies me fallaron y no fui todo lo ágil que pretendía ser. Llevaba arrodillado cerca de media hora. Afirmé los pasos con diligencia, pero sin presura y así recuperé la movilidad en los pies. Después… Dicen que realicé un buen examen. Yo pasé muy malos días pensando en que mi nivel no era el que me hubiera gustado alcanzar. Pero he sido competidor y sé lo que hay que hacer cuando llega el momento; simplemente concentrarse absolutamente en el fin que se persigue y aplicar los cinco sentidos en ello; la máxima atención y todo el esfuerzo necesario. Al acabar nos retiramos de espaldas hasta el mismo sitio y volvimos a ponernos de rodillas (en “sheiza”). El resto de compañeros fueron realizando sus demostraciones. Todos estuvieron a gran altura, en especial el maestro Enjuto. Me sentí orgulloso de conocerle desde hace décadas y de haber entrenado con él muchos años atrás. Más tarde supimos que el maestro Hamada había quedado satisfecho con las demostraciones y particularmente con la de Antonio Enjuto. En cambio, tres muchachos que hicieron una demostración de iai-do o de iai-yutsu (manejo de la espada japonesa o katana) no gozaron de la misma consideración para el maestro. Les recomendó acudir a practicar con alguno de los maestros de la especialidad que la DNBK tiene en Europa. Llegó a explicarles que habían realizado movimientos de película de Hollywood. Lo lamenté por ellos pues son excelentes personas, alumnos aplicados y sólo hicieron lo que les ha enseñado su maestro.

Cuando uno participa en un examen de este tipo, como el que aquí se describe, no puede ser tan ingenuo de pensar que tras su demostración todo ha concluido. Personas como el maestro Hamada siguen escrutando todo a su alrededor. Están acostumbrados a analizar cuanto les rodea, con gran capacidad. De manera que tras mi examen volví a adoptar posición “seiza”. En ese momento ya eran pocos los compañeros que permanecían arrodillados al estilo tradicional. Los más se encontraban sentados con las piernas dobladas y entrelazadas.

Hube de permanecer de rodillas cerca de dos horas. Sólo hubo un momento en que por confusión creía que se nos instaba a poner en pie y pude, por ese error estirar un poco las piernas. Apenas fueron unos segundos, pero me reconfortó que la sangre volviera a fluir por mis venas presionadas. Cuando todo acabó, mis pies estaban amoratados y me costó caminar. Era el momento en que el maestro Kuwa Hara explicaría algunas técnicas para que las practicásemos.

Las aplicaciones que el maestro demostró fueron pocas y sencillas. Sin embargo estaban ejecutadas con una exquisita técnica y eficacia. Me apliqué con energía a practicar lo enseñado y, enseguida, fui corregido por los maestros. Esa no es mala señal. Los orientales suelen corregir sólo a quienes creen estar interesados en progresar. Por este motivo me llené de orgullo y me apliqué aún con más entusiasmo. Es cierto que tras caer y levantarse del suelo cerca del centenar de veces hay que empezar a tener algo más que paciencia para seguir concentrado y continuar practicando las mismas técnicas, sin detenerse. De hecho, me pareció ver de refilón que algunas parejas de compañeros paraban y charlaban distraídamente sin ejecutar ninguna técnica. Pero viendo el espíritu con que me aplicaba, junto a mi compañero Joaquín, los maestros volvían a acercarse a nuestro lado y, en ocasiones nos enseñaban alguna variación de las técnicas que estábamos ejecutando.

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