12.10.25

La invitación de Toni


Yo era un zangolotino. Vivía por Carabanchel, concretamente en Caño Roto. Me empeñé en practicar yudo y acabé en el legendario gimnasio Samurái de la calle Juan Bravo; en la otra punta de Madrid.


Me portaba fenomenal, pero un día hacía pareja con un chico travieso y zascandil. Tras varios avisos del profesor, Rafael Ortega, fuimos ambos castigados a quedarnos a entrenar con los mayores. Otra hora y media más.

Me alarmé ante el inconveniente de llegar tan tarde a mi casa (tardaba una hora en Metro y autobús). ¿Qué iban a decir mis padres?

Se me permitió llamar por teléfono desde secretaría. Ortega dijo:

- Di a tus padres que llegarás una hora y media más tarde porque te ha castigado tu profesor de yudo.

Yo fui rápido e inventé algo para no claudicar. Dije que había sido premiado a entrenar con los mayores por lo bien que me había portado. Coló.

Al entrar en la clase quedé ojiplático. Todos cinturón negro. Se me antojaban super héroes de tebeo; tan atléticos y joviales. Estuve más tiempo en el aire que en pie.

Allí conocí a yudocas de leyenda. Y es que desde que estuve en esa clase, yo, que antes era modélico en mi comportamiento, había pasado a ser una mosca cojonera hasta que lograba el consabido castigo a entrenar con los mayores. Para mi era un premio.

Allí conocí -decía- a campeones de España, medallistas internacionales…

Uno de los que más me impresionó fue Toni Jiménez, el malagueño, siempre alegre y ocurrente. Era carismático y muy admirado por los de mi edad. A mi, desde luego, me tenía fascinado.

El bueno de Toni, debía de andar lampando, las más de las veces. Se decía que estaba casi siempre a la última pregunta. Seguramente, por ello, nos extrañó que al acabar la clase nos emplazara a todos a tomar una cervecita. Era viernes.

- Que se vengan también los jovencitos, que es mi cumpleaños. Invito yo.

Entre risas más de uno profirió aquello de ya era hora.

Muchos de mis compañeros acudimos al Bar Monteagudo. Nos juntamos cerca de veinte yudocas sedientos, mientras Toni, con su acento malagueño, se encargaba de que nadie quedase sin su jarra de cerveza.

Todo eran risas. Hasta que Toni se excusó clamando que tenía que hacer una llamada urgente. Salía a una cabina pues el teléfono del bar se había estropeado. Por supuesto no había celulares, por entonces, ni nada parecido.

- Pedid otra que ahora mismo vuelvo.

Fueron sus últimas palabras hasta que volvimos a verle días después; tras el fin de semana. El bueno de Toni quería invitarnos y nos invitó… ¡a su manera!

Aquella anécdota quedó impresa en nosotros. Muchos años después, cuando Toni no entrenaba en el Samurái, pues había vuelto a su Andalucía, seguíamos diciendo: vamos a tomar una cervecita, que invita Toni.

Hoy que he sabido de su fallecimiento me doy cuenta de que su gran invitación fue el haberle conocido y que nos permitiese compartir con él su energía y sentido del humor. Nos invitó a saber vivir.

DEP amigo Toni.

6.9.25

Félix del Valle

Amigo Félix. ¡Cómo te vamos a echar de menos! A ti que tenías todo para ser frágil y, sin embargo, demostraste en tu larga y ejemplar vida una dureza propia de los más nobles metales. ¡Cómo te voy a echar de menos! A ti con tu aspecto de Woody Allen y alma de gladiador. A ti que la vida tanto te exigió y que paradójicamente te hizo generoso hasta la médula. Por más que se te pidió, siempre estuviste dispuesto a dar más. Con tu sempiterna sonrisa que miles de sinsabores disimulaba. Perpetuamente dispuesto a echar una mano a la gran familia en que convertiste a la gente que pisaba el tatami. El mismo que frecuentabas ejemplarmente con tan avanzada edad que te hacía ser nombrado como el abuelo de los yudocas.

Será fácil recordarte en tu moto o en tu coche puesto al servicio del transporte de amigos a los más variados puntos de la geografía nacional. Eras una especie de chófer para “tus” yudocas.

En una de esas ocasiones, el destino nos llevó a tierras riojanas. La expedición del Banzai partió de Madrid con tres vehículos: tu Alfa Romeo Giulietta, el Citroen GS de Rafael Ortega y mi Dyane 6. Fueron momentos repletos de anécdotas. Al acabar el torneo, en el que destacaron muchos de los componentes de la expedición, tocaba regresar. El cielo estaba oscuro y un frío viento se levantó. El firmamento se llenaba de negros y amenazantes nubarrones. Caía aguanieve.

El Dyane 6 cerraba la comitiva y a duras penas conseguía seguir el ritmo de los vehículos precedentes. En las rectas se les perdía de vista. Pero la carretera era sinuosa y el pequeño Citroen trazaba con agilidad las curvas con lo que a ratos se volvía a vislumbrar los coches de Rafa y Félix.

Se puso a nevar copiosamente cuando llegamos al comienzo de la carretera que sube al puerto de Piqueras. La nieve cuajaba. En algún momento empecé a notar pequeños patinazos de las ruedas. Algunos conductores, más prudentes, paraban sus vehículos en la cuneta.

La Guardia Civil iba a cerrar el tráfico, cuando acertamos a ver el Giulietta y el GS. Lo vimos desde unos doscientos metros. También vimos que los agentes empezaban a extender la barrera de prohibido el paso. Pasaron justo en ese momento.

Con algo de temeridad logré sortear el obstáculo por el pequeño resquicio de carretera aún no cubierto. Los guardiaciviles quedaron pasmados. No obstante, nos dejaron marchar al centrar su atención en el coche que nos seguía y que pretendía hacer lo mismo. No lo consiguió y fue el primer vehículo en ver su marcha interrumpida.

Volví a perder de vista a mis compañeros de viaje. También volví a sentir patinazos. Empecé a pensar que estaba siendo un poco temerario. De manera que reduje la velocidad y me resigné a perder de vista a mis compañeros de excursión.

Pasaron algunos minutos y, para mi sorpresa vi, de nuevo, la parte trasera del Alfa Romeo. Su marcha era penosa. Se veía claramente que derrapaba más que andaba. Rebasé al bueno de Félix pensando que pronto me rebasaría él a mi. A Rafa le vimos unos minutos después, para mi sorpresa. La escena fue muy curiosa. Todos los ocupantes, salvo él, habían salido del coche y se habían sentado sobre el capó; en la parte delantera. Ahí estaba la explicación de que el Dyane les hubiera alcanzado. Los coches de nuestros amigos, mucho más potentes que el nuestro, eran de tracción delantera y subiendo cuestas patinaban mucho. De ahí la ingeniosa argucia ideada por Rafa para llegar al puerto.

El Dyane 6, menos potente, era de tracción trasera lo que explicaba que subiera con cierta facilidad, más allá de algún que otro patinazo, como ya se ha comentado. De hecho coronamos los primeros y aún tuvimos tiempo de dejar en la cuneta el vehículo y bajar andando a la busca del coche de Félix para sentarnos en su capó y facilitar así su marcha hasta lo más alto.

De esta anécdota me quedo con el gesto de ayuda a que los coches se agarraran mejor a la calzada; gesto que yo, por entonces no conocía.

Hoy que toca despedirse de Félix del Valle, se me ocurre que él, miles de veces, hizo algo parecido a lo narrado. En innumerables ocasiones con su apoyo evitó que patináramos. Y pese a parecer que era una carga lo que estaba consiguiendo era que pusiéramos pie a tierra con firmeza, sin patinar, para llegar a lo más alto, desde donde, seguramente, el nos ve ahora.

D.E.P.