
Amigo Félix. ¡Cómo te vamos a echar de menos! A ti que tenías todo para ser frágil y, sin embargo, demostraste en tu larga y ejemplar vida una dureza propia de los más nobles metales. ¡Cómo te voy a echar de menos! A ti con tu aspecto de Woody Allen y alma de gladiador. A ti que la vida tanto te exigió y que paradójicamente te hizo generoso hasta la médula. Por más que se te pidió, siempre estuviste dispuesto a dar más. Con tu sempiterna sonrisa que miles de sinsabores disimulaba. Perpetuamente dispuesto a echar una mano a la gran familia en que convertiste a la gente que pisaba el tatami. El mismo que frecuentabas ejemplarmente con tan avanzada edad que te hacía ser nombrado como el abuelo de los yudocas.
Será fácil recordarte en tu moto o en tu coche puesto al servicio del transporte de amigos a los más variados puntos de la geografía nacional. Eras una especie de chófer para “tus” yudocas.
En una de esas ocasiones, el destino nos llevó a tierras riojanas. La expedición del Banzai partió de Madrid con tres vehículos: tu Alfa Romeo Giulietta, el Citroen GS de Rafael Ortega y mi Dyane 6. Fueron momentos repletos de anécdotas. Al acabar el torneo, en el que destacaron muchos de los componentes de la expedición, tocaba regresar. El cielo estaba oscuro y un frío viento se levantó. El firmamento se llenaba de negros y amenazantes nubarrones. Caía aguanieve.
El Dyane 6 cerraba la comitiva y a duras penas conseguía seguir el ritmo de los vehículos precedentes. En las rectas se les perdía de vista. Pero la carretera era sinuosa y el pequeño Citroen trazaba con agilidad las curvas con lo que a ratos se volvía a vislumbrar los coches de Rafa y Félix.
Se puso a nevar copiosamente cuando llegamos al comienzo de la carretera que sube al puerto de Piqueras. La nieve cuajaba. En algún momento empecé a notar pequeños patinazos de las ruedas. Algunos conductores, más prudentes, paraban sus vehículos en la cuneta.
La Guardia Civil iba a cerrar el tráfico, cuando acertamos a ver el Giulietta y el GS. Lo vimos desde unos doscientos metros. También vimos que los agentes empezaban a extender la barrera de prohibido el paso. Pasaron justo en ese momento.
Con algo de temeridad logré sortear el obstáculo por el pequeño resquicio de carretera aún no cubierto. Los guardiaciviles quedaron pasmados. No obstante, nos dejaron marchar al centrar su atención en el coche que nos seguía y que pretendía hacer lo mismo. No lo consiguió y fue el primer vehículo en ver su marcha interrumpida.
Volví a perder de vista a mis compañeros de viaje. También volví a sentir patinazos. Empecé a pensar que estaba siendo un poco temerario. De manera que reduje la velocidad y me resigné a perder de vista a mis compañeros de excursión.
Pasaron algunos minutos y, para mi sorpresa vi, de nuevo, la parte trasera del Alfa Romeo. Su marcha era penosa. Se veía claramente que derrapaba más que andaba. Rebasé al bueno de Félix pensando que pronto me rebasaría él a mi. A Rafa le vimos unos minutos después, para mi sorpresa. La escena fue muy curiosa. Todos los ocupantes, salvo él, habían salido del coche y se habían sentado sobre el capó; en la parte delantera. Ahí estaba la explicación de que el Dyane les hubiera alcanzado. Los coches de nuestros amigos, mucho más potentes que el nuestro, eran de tracción delantera y subiendo cuestas patinaban mucho. De ahí la ingeniosa argucia ideada por Rafa para llegar al puerto.
El Dyane 6, menos potente, era de tracción trasera lo que explicaba que subiera con cierta facilidad, más allá de algún que otro patinazo, como ya se ha comentado. De hecho coronamos los primeros y aún tuvimos tiempo de dejar en la cuneta el vehículo y bajar andando a la busca del coche de Félix para sentarnos en su capó y facilitar así su marcha hasta lo más alto.
De esta anécdota me quedo con el gesto de ayuda a que los coches se agarraran mejor a la calzada; gesto que yo, por entonces no conocía.
Hoy que toca despedirse de Félix del Valle, se me ocurre que él, miles de veces, hizo algo parecido a lo narrado. En innumerables ocasiones con su apoyo evitó que patináramos. Y pese a parecer que era una carga lo que estaba consiguiendo era que pusiéramos pie a tierra con firmeza, sin patinar, para llegar a lo más alto, desde donde, seguramente, el nos ve ahora.
D.E.P.