En la VOZ DE GALICIA se acaba de publicar una carta al director en que se da un curioso dato que no conocíamos, hasta ahora. Al parecer, según la epístola, el actual presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, era un niño gordito y con papada. Pero se esculpió un cuerpo talludito al entrar en la adolescencia a base de yudo, sobre todo. Lo mismo de ahí le viene el ‘talante’ del que tanto se ha hablado. Lo mismo se debe a que actúa como los buenos yudocas: cediendo para vencer.
Os transcribimos la carta destacando el lugar en que se hace la referencia que os indicamos.
Los líderes suelen darse a conocer. Pero no a todos les gusta ser conocidos, a algunos les disgusta profundamente. Las campañas electorales son otra cosa, y en ellas todos se esfuerzan en que parezca que se abren de par en par a sus votantes para que les miren y remiren las entretelas y se convenzan de que están por ellos. Y sí, esas entretelas están por ellos, pero para que vean al hombre o a la mujer como quisiera ser visto o vista. Por eso es bueno disponer de fuentes de información que nos permitan hacernos una idea más cercana y precisa de quienes son, a fin de cuentas, estos muchachos. En ese sentido, lamento no poder ofrecer ayuda alguna en cuanto a Rajoy, hombre tan plano y liso como desnutrida la lista de los libros que le analizan y describen. ¡Ay Rajoy! ¡Ay de nosotros!
De Zapatero hay tres libros. El primero, de Oscar Campillo, bajo el título de Zapatero, sin más, nos presenta la historia de un nieto de abuelo fusilado en agosto de 1936, que en agosto de 1976 y entusiasmado por el verbo de Felipe González, se presentó en las oficinas del PSOE de León. «Hola, soy el nieto del capitán Lozano». A partir de ahí el libro despliega el proceso de aprendizaje de un niño gordito y con papada que comenzó a quitarse grasa con el yudo y el kárate, artes en las que se declaraba ferviente admirador de Bruce Lee y Chuck Norris. Tal fue la base para adquirir una fría destreza en el cálculo de alianzas con propios, extraños y cuantos pintaran algo por allí. Y al igual que aprendió a urdir pactos, se fogueó en el arte de romperlos.
El segundo, de Jaén y Escudier, lleva el título de Zapatero el Rojo y es la crónica de Zapatero entregado a la investigación de un ego del que ignoraba la dedicación que le llevaba prestando. Es un libro minucioso y preciso, y con una copiosa información política tan significativa como la que permite resolver que aquel error que pareció haber en llamar «accidente» al atentado era, más bien, un modo de hablar pactado en los contactos previos con ETA.
Queda, por último, el libro de Suso de Toro, Madera de Zapatero, dedicado a un «personaje que nos recuerda mucho al mito de Arturo, aquel joven que se coronó rey». A partir de semejante arranque se puede uno imaginar cualquier cosa y no fallar en ninguna. Pero eso no resta mérito a una hagiografía con la que De Toro se puede considerar instalado plenamente en ese género cómico cuyos lectores se encuentran con personajes que, de repente, dicen: «Yo le dedico mucho más tiempo del que parece a pensar». Cosas así.
Os transcribimos la carta destacando el lugar en que se hace la referencia que os indicamos.
Los líderes suelen darse a conocer. Pero no a todos les gusta ser conocidos, a algunos les disgusta profundamente. Las campañas electorales son otra cosa, y en ellas todos se esfuerzan en que parezca que se abren de par en par a sus votantes para que les miren y remiren las entretelas y se convenzan de que están por ellos. Y sí, esas entretelas están por ellos, pero para que vean al hombre o a la mujer como quisiera ser visto o vista. Por eso es bueno disponer de fuentes de información que nos permitan hacernos una idea más cercana y precisa de quienes son, a fin de cuentas, estos muchachos. En ese sentido, lamento no poder ofrecer ayuda alguna en cuanto a Rajoy, hombre tan plano y liso como desnutrida la lista de los libros que le analizan y describen. ¡Ay Rajoy! ¡Ay de nosotros!
De Zapatero hay tres libros. El primero, de Oscar Campillo, bajo el título de Zapatero, sin más, nos presenta la historia de un nieto de abuelo fusilado en agosto de 1936, que en agosto de 1976 y entusiasmado por el verbo de Felipe González, se presentó en las oficinas del PSOE de León. «Hola, soy el nieto del capitán Lozano». A partir de ahí el libro despliega el proceso de aprendizaje de un niño gordito y con papada que comenzó a quitarse grasa con el yudo y el kárate, artes en las que se declaraba ferviente admirador de Bruce Lee y Chuck Norris. Tal fue la base para adquirir una fría destreza en el cálculo de alianzas con propios, extraños y cuantos pintaran algo por allí. Y al igual que aprendió a urdir pactos, se fogueó en el arte de romperlos.
El segundo, de Jaén y Escudier, lleva el título de Zapatero el Rojo y es la crónica de Zapatero entregado a la investigación de un ego del que ignoraba la dedicación que le llevaba prestando. Es un libro minucioso y preciso, y con una copiosa información política tan significativa como la que permite resolver que aquel error que pareció haber en llamar «accidente» al atentado era, más bien, un modo de hablar pactado en los contactos previos con ETA.
Queda, por último, el libro de Suso de Toro, Madera de Zapatero, dedicado a un «personaje que nos recuerda mucho al mito de Arturo, aquel joven que se coronó rey». A partir de semejante arranque se puede uno imaginar cualquier cosa y no fallar en ninguna. Pero eso no resta mérito a una hagiografía con la que De Toro se puede considerar instalado plenamente en ese género cómico cuyos lectores se encuentran con personajes que, de repente, dicen: «Yo le dedico mucho más tiempo del que parece a pensar». Cosas así.
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