28.6.06

El yudo nacional está de luto

Nos ha dejado uno de los más grandes yudocas de España. Fue ocho veces Campeón de España. Diploma Olímpico en Munich 1976. Obtuvo medallas en Juegos del Mediterráneo, Trofeos Iberoamericanos y en el legendario Trofeo San Isidro. Fue colaborador de Anton Geesink y últimamente colaboraba en el programa Campeonatos Escolares de la Comunidad de Madrid, a través del cual, muchos de nuestros jóvenes yudocas tuvieron el placer y el privilegio de conocerlo. La última vez que coincidimos con él en un tatami fue en febrero, con motivo del reciclaje madrileño de maestros para tribunales de grados. Siempre fue un honor estar en un doyo con él; nunca lo olvidaremos, como tampoco se nos podrá olvidar su sencillez para acometer las más imposibles diabluras en suelo. Imposible olvidar a José Luis de Frutos Molinero.


JOSE LUIS DE FRUTOS: ESE GRAN DESCONCIDO
(Carta de Rodolfo Cruz)



Cuando a finales de 1972 el “Gimnasio de Frutos” abría sus puertas, yo estaba allí; cuando en octubre de 2005 el “Gimnasio de Frutos” cerraba definitivamente sus puertas, yo también estaba allí. Estas dos fechas marcaron mi vida junto a una de las personalidades más carismáticas, más arrolladoras y más fascinantes del judo español: José Luis de Frutos.
Su fallecimiento, cruel, inexplicable e inesperado ha dejado un inmenso vacío, imposible de llenar, en todas aquellas personas que le conocimos.

Una reciente encuesta, elaborada por la federación madrileña, revelaba que, aproximadamente un 70% del judo madrileño no conocía a José Luis. Esto, indudablemente, es una gran pena, pero no hay que sentirlo por él, sino por el judo madrileño. No podéis imaginar lo que os habéis perdido.

Ahora quedará como recuerdo la frase: “! Qué gran judo de suelo hacía !”. Esto a él le provocaba dos sensaciones: por un lado le enorgullecía, puesto que la frase es verdad (no ha habido todavía nadie capaz de superarle en esta faceta). Por otro lado le provocaba cierta tristeza y siempre decía: “también sé luchar arriba, yo no entraba en el tatami haciendo el ejercicio de la gamba”.
Todos los judokas que pertenecemos al otro 30% de la estadística y sobre todo, aquellos que tuvieron la ocasión de hacer judo con él, sabemos que tenía un poderoso Kumi-Kata, hacía Uchi-Mata con el paso cruzado de forma magistral y su Ko-Soto-Gake era peligrosísimo (lástima el que falló en los últimos segundos de su combate frente a Obadov en Montreal, habría conseguido su anhelada medalla). Además, si el rival era peligroso con sus contras, poseía un Seoi-Nage de rodillas, rápido y potente. Pero…si todo este arsenal fallaba siempre contaba con su inigualable Ne-Waza.

Su historial deportivo, a pesar de ser impresionante, no debería empañar su andadura profesional por el campo de la enseñanza y pedagogía del judo. Ahí es precisamente, donde todo el trabajo de José Luis de Frutos quedará desconocido para la gran mayoría del judo español.
Cuando a principios de los años 80, todavía en muchos gimnasios españoles se utilizaba como sistema de enseñanza el Gokyo japonés (con todos mis respetos hacia él), José Luis tenía desarrollado un plan de enseñanza personal, donde desde el primer momento de la etapa de aprendizaje, el judo se adaptaba a las características especificas de cada alumno, y donde no era el alumno el que aprendía una lista de técnicas sin orden lógico establecido. Su metodología consistía en ir colocando con método las técnicas de más fácil realización hasta las más complicadas, agrupandolas en escalones progresivos, creando grupos de familias de técnicas. Todos estos grupos contaban con su propio Kata de desarrollo, sus técnicas demostrativas, con la realización de posiciones de control explicativo para cada una de ellas e inclusive la práctica de ejercicios de calentamiento específicos realizados en sombra y con un compañero. Todo este trabajo estaba creado por duplicado pues existían diferenciadas Metodología infantil y Metodología senior. No hace falta decir que se distinguía judo pie y judo suelo.

Toda esta inmensa labor, debida a muchos años de trabajo, la iba anotando en aquel cuaderno de tapas verdes en donde él escribió en la portada “MI JUDO”. Estoy seguro que este cuaderno haría las delicias de muchos profesores e investigadores del judo actual, en él encontraríamos, además de toda su metodología, desde la estructuración por minutos de cómo se desarrolla una clase de judo, hasta la sección por él llamada “ENSEÑAR A ENSEÑAR”, donde hacía el compendio de cómo debe ser un profesor de judo, sus cualidades, características, forma de dirigirse a sus alumnos, colocación en clase, actitudes, etc.…

Alguien le definió como un profesor de judo moderno, podemos recordar en este aspecto tres pinceladas o simples anécdotas:

1) Yo recuerdo, desde niño, que en sus clases realizábamos ejercicios con el cinturón o la chaqueta del kimono, unas veces eran compañeros de randori imaginarios, otras eran islas, precipicios, etc. A él se lo criticaban llamándole desconsiderado hacia los símbolos sagrados del judo.

No hace muchos años acudí a un curso-conferencia, impartido por un licenciado en I.N.E.F., profesor de judo, especialista en la parte lúdica de la enseñanza. El objetivo era enseñarnos juegos y ejercicios con los que motivar a nuestros alumnos. Los juegos que se llevaron la palma, fueron aquellos, que se realizaban con el cinturón. Todos los cursillistas estaban encantados con la novedad y originalidad de utilizar el cinto como compañero de aprendizaje. Todo aquel sistema y filosofía de enseñanza yo ya lo conocía desde mi infancia.

2) José Luis junto a su compañero, amigo y gran profesional en todas las facetas del
Judo, Rafael Ortega, estuvieron intentando introducir en España los judogis de colores. Para conseguirlo realizaron competiciones, stages, cursillos, demostraciones etc. Lo más que consiguieron fue que les llamaran visionarios o pobres locos.

Hoy en día, para los campeonatos importantes en necesario llevar dos kimonos, uno blanco y otro azul. Y en nuestra liga de clubes nos parecen originales y modernísimos los vistosos kimonos de colores. Hace, casi 30 años, era una locura y una herejía, hoy son símbolo de modernidad y exquisito buen gusto.

3) Cuando uno de sus más emblemáticos alumnos, Manuel Jiménez, se lamentaba el
haber perdido en la final del Trofeo Internacional Villa de Madrid, frente al francés de menos de 60 Kg.; argumentaba que éste trabajaba judo suelo de una manera desconocida en España, aquí no se habían visto nunca técnicas desarrolladas en competición con ese trabajo de piernas.
José Luis, tranquilamente, sin perder la calma, le remitió a la página número 50 de su libro “FUNDAMENTOS DE NE-WAZA Y MI TATE-SHIO-GATAME”, publicado por él, el año anterior. Allí nos encontramos explicada y desarrollada la técnica de sus desdichas (Sankaku). Aquello impresionó tanto a Jiménez, que con el tiempo y bajo la atenta y abnegada mirada de José Luis, consiguió convertirse en un consumado especialista en este tipo de técnicas y uno de los mejores judokas en ne-waza de su tiempo.

El recorrido por la vida junto a José Luis nunca fue aburrido para mí, podía haber momentos de gloria, o momentos de pasarlo francamente mal. De los primeros destacaré, la primera vez que di una clase de judo, contaba yo apenas doce o trece años, y me dejó encargado de dar la clase a mis propios compañeros, su hija Gemma, recién nacida, se había atragantado con algo, no podía respirar bien, y le llamaron precipitadamente para ir al hospital con ella. De los segundos, uno de los momentos más amargos de mi vida, fue el día que, finalmente, comprendí que nunca iba a llegar a ser como él. Ese día para animarme cogí un papel dispuesto a escribir un currículum con todos mis éxitos deportivos. Escribí en la primera línea:”Alumno de José luis de Frutos”. Y, después de unos momentos de pensar angustiosamente, escribí: “Fin del currículum”.
Algo en mi fuero interno me dice que un currículum de una sola línea, no debe ser el mejor del judo español, pero juro, que yo, me siento orgullosísimo de él.

Con mi currículum en la mano fui a él y le dije. “Profe, yo no soy campeón de nada, no soy un gran judoka, no soy un buen profesor, ni siquiera soy un buen árbitro. Soy un desastre total”. Él, para consolarme, me contestó. “Desastre sí, total no, siempre puedes valer como ejemplo de lo que no debe ser un buen judoka”.

Cuando nos hicimos una fotografía, don Antonio Burrieza (su primer profesor de judo), José Luis y yo (nuestra última foto juntos), al verla revelada me dijo. “Mira, aquí estoy con mi mejor profesor y mi peor alumno”. El era así.


Su último reto laboral estaba dedicado a los I.E.S. Este proyecto le ilusionaba enormemente, me enseñó un cuaderno en el que estaba trabajando, enlazaba técnicas de judo por medio de flechas, unas iban hacia otras terminando nuevamente en el principio. Empezó a explicarme su desarrollo, y yo le dije. “Profe, si yo ya no doy clase, esto a mí ya no me interesa, lo único que quiero es salir en alguna foto contigo en el libro acabado”. Me prometió que cuando lo acabara nos la haríamos, desgraciadamente no nos dio tiempo.

Precisamente para su trabajo en los I.E.S. un día en clase, empezó a repartirnos globitos y nos pidió que trabajáramos con ellos. Yo al principio no sabía qué hacer con el globito, me limité a observar a mis compañeros y les imité, éramos unos gansos disfrazados de judokas, haciendo gansadas con un globito. De repente la broma terminó. “TIEMPO”, le oí gritar, el tono de su voz me trajo recuerdos de mi juventud. Se puso de pie, puesto que estaba sentado fuera del tatami en el banco del gimnasio. Se colocó el judogi con un gesto suyo característico, gesto que yo llevaba años imitando. Con las dos manos se atusó el flequillo y entró en el tatami. Yo inmediatamente comprendí que la magia estaba a punto de producirse, mi profesor iba a explicar nuevamente judo, yo podía estar escuchándole durante horas, me fascinaba su forma de hacerlo, cómo se colocaba él y nos colocaba a nosotros para la explicación, sus palabras, sus ejemplos, su manera de abordar el tema, las bromas que incluía. De forma que todo cambió, se tumbó boca arriba, cogió el globo con sus poderosísimas piernas, y empezó a elaborar una serie de ejercicios, técnicas y habilidades que me pareció imposible no haberlas visto desde el principio. Allí ya no había un ganso haciendo gansadas con un globito, había un judoka, un extraordinario judoka, demostrándonos una vez más, cómo se puede hacer judo con judogi o sin él, con cinturón o sin él, o con un simple globo y su forma magistral de entender el trabajo en suelo. Empezamos a vislumbrar la cantidad de posibilidades de enseñar con ese medio a los niños a hacer judo.

He sabido después, que profesores de judo le han criticado por su trabajo con el globo, me acordé inmediatamente de los kimonos de colores y de los juegos con el cinturón, deberían haber visto su demostración como yo la vi. Esta fue una de las últimas veces que le vi explicando judo.
Su voz rota (como la definió nuestro amigo y gran judoka Wladimiro Martín) todavía se oía desde los cursos que impartía en la Federación Gallega de Judo, donde era habitual colaborador, merced a los esfuerzos de su presidente don Mario Muzas, gracias Mario.
Así mismo quiero expresar que algunos de sus antiguos alumnos nos juntamos en San Sebastián de los Reyes, en el gimnasio de Javier Mora (último de sus alumnos que él formó para emprender el camino de ser profesor de judo, y junto a mí fuimos sus únicos alumnos – profesores que estuvimos con él desde el cinturón blanco hasta el final) donde una vez al mes intentamos homenajearle de la única manera que sabemos: Haciendo judo.

De su perfil humano, puedo destacar una última anécdota, ya había cerrado su gimnasio y daba clases en el Colegio Los Ángeles. En una de mis últimas visitas, a traición y para ver qué cara ponía, como sin darle importancia le dije. “Profe, ¿cómo es que a Macario García le han otorgado el 8º Dan y a ti no?. (Reconozco que currículum no tendré, pero mala idea un rato largo). Se dirigió hacia mí, y mirándome fijamente a los ojos (de una manera que deseé que se me tragara la tierra) me dijo. “ Es justo, Macario además de ser un extraordinario judoka, es un año mayor que yo y un año más antiguo en el equipo nacional, lógicamente tiene que ser 8º Dan antes que yo. Tampoco, siguió diciéndome, sería justo que a mí me concedieran el 8º Dan antes que a Rafael Ortega, como mínimo debemos alcanzarlo juntos, si me lo dieran a mí y a él no, lo rehusaría hasta que nos lo dieran a los dos”. Después empezó a hablarme del respeto a los mayores y a la antigüedad, algo que, según él, yo ya debía conocer. Fue la última regañina que me echó. Este era su modo de entender la lealtad hacia sus antiguos camaradas. Lástima que esta misma lealtad no se la supieran guardar a él algunos de sus amigos y antiguos alumnos.
Rafael, Macario, siendo yo un niño empecé a oír hablar de vosotros, antes de conoceros personalmente ya nos había contado a todos sus alumnos vuestros combates, anécdotas, historia y amistad. Después cuando ya os conocí físicamente aprendí a quereros, respetaros y admiraros. Junto a José Luis protagonizasteis una de las etapas más gloriosas del judo madrileño y formasteis un triunvirato de profesionales que todavía sois la envidia de generaciones posteriores. Creedme que lo que aquí he relatado sucedió exactamente.

Uno de los mayores males que asolan el judo español, decía José Luis es la falta de lealtad de algunos alumnos hacia sus profesores, él decía que muchos de estos judokas daba la sensación que habían aprendido por generación espontánea, nadie les había enseñado, nadie había influido en su aprendizaje. El decía que era como si un hijo renegase de su padre. “Donde quiera que le lleve su camino, un alumno puede perder de vista a su maestro pero no olvidarlo”, nos solía decir. El siempre hablaba con cariño de todos sus profesores, decía “Todos y cada uno de ellos me han enseñado, y como mínimo han hecho lo suficiente para que yo no abandone la práctica del judo”. Nos hablaba de don Antonio Burrieza , su primer profesor, (muchos años después le llamaba “mi maestrito”, mientras le pellizcaba el carrillo), de Rafael García de la Rosa, recordaba con afecto los tiempos que fue discípulo de Paco Valcárcel, las temporadas que pasó con Rafael Ortega y por supuesto el descubrimiento de Antón Geesink. Así, con la autoridad que me da la única línea de mi currícullum yo afirmo:

- Es bueno tener un profesor y no renegar de él.

- Es motivo de orgullo que tu profesor sea bueno.

- Y yo, que por supuesto no reniego de él, me siento un privilegiado porque mi maestro es simplemente el mejor: JOSE LUIS DE FRUTOS.




Fdo:

D. Rodolfo Cruz Ángel

2 comentarios:

  1. Enhorabuena Rodolfo por tu carta, está llena de emotividad, de sentimiento y de respeto.
    No tuve la suerte de ser discípulo de José Luis, pero sí tuve el privilegio de entrenar con él y de conocerle en persona. Desde luego era una persona muy especial, más allá de que sea un gran profesor de Judo, era un gran comunicador, muy inteligente , chistoso y un gran conocedor de lo que estaba haciendo. Una verdadera lástima que no se le haya reconocido en vida todo lo que mereció como judoka, descanse en paz.

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  2. Una personalidad inigualible. Los que tuvimos la suerte de conocerlo tanto a nivel personal como profesional nunco lo olvidaremos. Era un hombre que dejaba huella
    Teresa

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