Se nos va extinguiendo el curso como cuando una vela acaba
de consumir la cera que aún mantiene la llama. El ritmo de sucesión de
acontecimientos ha bajado y ahora que vamos despacio podemos ponernos a contar…
mentiras. ¡Tralará!
Podríamos decir aquello de lo satisfechos que nos sentimos
de todos nuestros alumnos y de la implicación de sus padres y familiares.
También podríamos decir que ha sido un curso excelente y difícil de superar;
que hemos dejado el listón altísimo, pero que precisamente ese será nuestro
reto: volverlo a superarlo. También podríamos decir que por el mar corre la
liebre.
Mañana domingo participaremos en la I
Copa de España de katas de yudo VI Trofeo Kataylú. Hemos
tomado parte en este singular trofeo, pergeñado por nuestros amigos Pepe Merino
y su hijo José Andrés, desde su primera edición. Todo un honor que se ha debido
a nuestra larga amistad con ellos.
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Algunos de los participantes el año pasado en el V Kataylú |
Pues bien, una vez más, al preparar este importante evento
hemos vuelto a constatar la diferente intensidad en el compromiso de nuestros
yudocas. Dicho compromiso, que va desde la implicación total y sin reservas
hasta la abulia total, no siempre está relacionado con la edad del interesado;
no siempre el más jovencito es el menos comprometido. Ni mucho menos. Algunos
se han puesto con los cinco sentidos a preparar el complejo ejercicio con que
se participa y otros se lo han tomado como un simple juego; como una nueva
ocasión de conseguir una medalla. Sólo han sabido ver el lado festivo del
acontecimiento. Con ello, en algunos casos han hecho flaco favor a su pareja;
también a todo el equipo. En algunos casos ha habido que hacer encaje de
bolillos para conseguir emparejar a los participantes y no se ha visto una
verdadera colaboración y, mucho menos, una correspondencia con el esfuerzo del
profesor y de algunos de nuestros yudocas. Una pena. Mientras unos han
intensificado sus entrenamientos, otros simplemente no han podido coincidir con
su compañero de kata o no han realizado debidamente sus entrenamientos.
Ha habido niños que aseguraban querer participar hasta el
último momento y a los que se ha intentado preparar para su participación.
También a última hora, esos mismos niños, se han escusado, para no participar,
con peregrinos argumentos. Una vez más se nos antoja que no se acaba de
comprender nuestro proyecto educativo. Uno empieza a rescatar la vieja
sensación de que cuanto más flexible se muestra uno tanto más se desprecia –lo
contrario de apreciar- lo que uno propone.
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Saludo tradicional entre yudocas |
Entrenar para competir
Tengo un amigo, José Antonio Cechini, que fue yudoca
olímpico y actualmente es catedrático de Ciencias de la Actividad Física.
Escribió un libro –El judo y su razón kinantropológica- en el que comienza
recordando:
“El lexema
competición, cuya etimología arranca del vocablo latino ‘competere’, que
significa ‘buscar conjuntamente’, en pocos deportes cobra tanto sentido como en
las modalidades de combate”.
En lo que mi amigo Cechini define
como deportes de combate encaja indudablemente el yudo, como deporte de lucha,
si se prefiere. E indudablemente, en lo de ‘buscar conjuntamente’ también. No
olvidemos que su creador, el maestro Kano, forjó su nuevo deporte con algunos
principios ideológicos que no deben olvidarse. Uno de ellos fue el del mutuo
beneficio o yita kioei (lo veréis escrito jita-kyoei).
Si un yudoca olvida que la
competición tiene ese origen de búsqueda con otro, también puede acabar
pensando erróneamente que no hay que entrenar para competir. Así, observamos
últimamente que algunos de nuestros yudocas celebran con algarabía poder acudir
a algunos eventos de esos que seguimos llamando competiciones, aún cuando no
acuden asiduamente a entrenar. Y no hablamos de los más jovencitos en esta
ocasión.
Por esa misma línea de deducción
llegaríamos a que algunos de los más jóvenes yudocas (y sus familiares) pueden llegar
a pensar en acudir a todo tipo de eventos sin apenas preparación. Por ahí
empieza a hacer aguas todo el navío y a eso nos referíamos más arriba al hablar
de comprender nuestro proyecto educativo.
El guiri japonés
Dos de los pueblos más belicosos
de la historia acabaron enfrentándose a tiro limpio, ¿como no podía ser de otro
modo?. EEUU, pese a su corta historia como país, ha tenido contenciosos bélicos
en todos los rincones del mundo. Japón tiene en sus orígenes imperiales
auténticos baños de sangre que también supieron exportar allende sus fronteras.
Cuando ambos países se enfrentaron bélicamente EEUU acabó las cosas a su
manera… ¿Les suena Hiroshima y Nagasaki? ¡Fué la bomba! Pero antes, ya hubo ocasión de que los
yanquis quedaran asombrados del comportamiento del ejército nipón. Al parecer,
se llegó a encargar un estudio a la antropóloga Ruth Meredith que se fraguó en
el libro El crisantemo y la espada.
En él acaba apareciendo algo que pudiera ser clave para entender al ejército
japonés; también a todos los japoneses, en general. Hablamos del ‘guiri’.
El guiri vendría a ser un compromiso, un sentido del deber, una deuda,
algo muy ligado al honor. Tiene mucho que ver con lo que siente un hijo hacia
sus padres, que le han dado la vida y su entorno social. Para el japonés es
algo más que simple gratitud; no se debe defraudar a los padres. Más bien hay
que conseguir que se sientan orgullosos de su progenie.
Pero el guiri también es el sentimiento mezcla de orgullo y deuda para con
otros grupos sociales. Por ejemplo, un yudoca del club WLAC se sentiría
comprometido, orgulloso y en deuda con sus compañeros y con el colectivo si
tuviera ese guiri. Ese mismo guiri se ampliaría, automáticamente, al
sentirse comprometido y en deuda con el yudo, en general, del que el Club WLAC
no deja de ser una pequeña parte. Así, por extensión, un yudoca tendría guiri por estar sometido a códigos
éticos y valores tradicionales del bushido, dado que el yudo se creo a partir
del yu-yitsu, que practicaban los samurai, para quienes el bushido imponía
cuestiones tan radicales como ‘antes perder la vida que el honor’. De ahí ese
ritual tan extraño para los occidentales de abrirse la tripa –jara- de un tajo
–kiri- tan característico en la historia de Japón. El sepuku (en leguaje
coloquial jara-kiri) se hacía con la katana, pese a ser arma más incómoda para
tal fin, y se abría el vientre que es donde reside el alma, según los
japoneses.
Soy yudoca
A nadie se le va a pedir que se
practique el sepuku. Ya bastante cerca está, en ocasiones, el profesor de
hacerse en directo el jara-kiri y tampoco acaba sucumbiendo a la tentación de
poner fin a todo con tan romántico y drástico procedimiento. No se trata de
eso.
Valgan estas líneas para
proclamar la diferencia entre el yudo y otras actividades de las englobadas en
el apelativo ‘extraescolares’. También entre el yudo y otros deportes.
Lo que proponemos nunca fue una
actividad extraescolar al uso; una forma de rellenar la agenda extraescolar de
los ocupados niños de nuestra sociedad. Proponemos entrar en un nuevo mundo, en
una forma de entender la vida. ¿Tendremos que recordar ahora que el lema del
yudo es ceder para vencer?
El yudo transmite valores de
respeto. No es baladí que al comenzar toda confrontación se salude al rival,
compañero o adversario y también al finalizar dicho enfrentamiento, sea del
cariz que sea. Todo ese ritual que, tiempo atrás, tanto ha denostado quien esto
suscribe, es rescatado en un mundo y un momento en que se pierden ciertos
valores; casi todos. Pero, además, debe de servir para hacer diferente al
yudoca y hacer que éste se sienta a su vez diferente. Ahí radica el nacimiento
del sentimiento de orgullo de pertenencia al grupo -primero al club y enseguida
al colectivo de yudocas- y también el de deuda para con el propio yudo: puesto
que tanto me da o puede dar el yudo, estoy en deuda con él para devolverle algo
de lo que me llevo, para seguir transmitiendo ‘eso’ que tanto lo diferencia de
todo lo demás.
Todavía recuerdo mis años de
infancia cuando alguien, al verme por la calle, gritaba: ¡yudoca! La mezcla de
sentimientos era verdaderamente confusa. Sólo ahora pienso que quizás en mí
estaba naciendo algo parecido al guiri japonés. ¿Quién sabe?
Cinturón negro. Todo un símbolo
Decíamos antes que mañana tenemos
uno de los pocos compromisos que nos quedan en este curso. Luego vendrá otro que
en los últimos años ha venido a tener gran importancia. Hablamos de los
exámenes de cinturón negro de verano.
Llevamos diez años impartiendo
clases de yudo en la triste Concejalía de Deportes del no menos triste
Ayuntamiento de Parla. Durante los tres primeros años poco conseguimos en el
terreno que ahora nos ocupa. Poco después conseguimos que dos de los alumnos de
las Escuelas Municipales de la mencionada triste institución se titularan como
cinturones negros. Digamos que se trataba de C.G. y de A.P. Corría el 2006 y
hoy día ninguno de los dos yudocas practica yudo. Al menos nosotros cumplimos
con nuestra parte. Por cierto, que a uno de ellos le hemos visto recientemente
impartiendo clases de yudo para una empresa de esas latiguera y explotadora, sin
titulación y sin siquiera haber pisado un tatami desde hace cuatro años.
¿Guiri?
Poco después, conseguimos algunos
cinturones negros más R.G., F.J.P., S.G. Ninguno de ellos sigue practicando
yudo. Entendieron a la perfección esa barbaridad que hemos escuchado a algunos
padres de nuestros alumnos refiriéndose a nuestra actividad: “por lo menos
acábalo”. Nosotros tenemos muy claro cuándo se empieza a hacer yudo (o a ser
yudoca por ser más precisos), pero tenemos serias dudas de cuando se acaba. Y
es por eso; porque entendemos que no se hace o practica yudo sino que se es –o
se deja de ser- yudoca.
De un tiempo a esta parte nos
aterra que llegue el momento de preparar los exámenes de cinturón negro. Nos lleva
a consumir cantidades ingentes de energía y a acumular toneladas de sensaciones
de fracaso y frustración. De un tiempo a esta parte, nos aterra el m omento en
que algunos de nuestros alumnos se conviertan en hombres o mujeres y puedan tomar
parte en el examen de cinturón negro. Es decir, que nos angustia que nuestros
yudocas que llevan dos años de cinturón marrón, cumplen al menos 15 años y
practican yudo, por lo menos, desde hace cuatro años nos pidan optar al examen
de cinturón negro. Pasamos a explicarnos.
Cuando llega ese momento (15
años, cinto marrón, etc.) también llega el momento de constatar la falta o no
de guiri. Es increíble que después de
tantos años, de tantas sesiones de entrenamiento, algunos se las han apañado
para no saber ni caer de frente correctamente, han conseguido realizar el
simple gesto del saludo con ostensibles defectos y se les aparece una especie
de alzheimer, sumamente prematuro, que les hace olvidar lo que significan
algunas palabras japonesas de uso continuo en nuestras clases. Todavía recuerdo
esa anécdota con otro de nuestros cinturones negros A.R. al que tomé por uke
para realizar una demostración de técnicas de contra-ataque. Le pedí que
hiciera sobre mí kosi-guruma y el muchacho, azorado, respondió que él por
nombres… No se acordaba de cómo realizar kosi-guruma que es una llave de yudo
que enseñamos a nuestros bandas naranjas (niños de menos de 6 años) y que nunca
deja de practicar un yudoca de ninguna edad. ¿Guiri?
Es cierto que por factores varios
–aquí hemos ido señalando algunos-, la gran mayoría de nuestros alumnos llegan
al momento de tomar examen de cinturón negro con poco nivel; cada vez menos en
líneas generales. Guarda relación directa con la escasa entrega de nuestros
adolescentes en las clases, que cada vez más sistemáticamente nos vemos
obligados a parar para reclamar más entrega y menos molicie. También es
directamente proporcional a la falta de asiduidad a las clases y eventos de
muchos de nuestros alumnos. Donde hace pocos años era la mayoría la que acudía
ahora es la mayoría la que no puede ir.
Los estudios lo primero
Estamos cansados de coleccionar
excusas. Las tenemos ya de todo tipo: “me he dormido”, “tenía un cumpleaños”,
“mi padre no me ha podido llevar”, “tenía que hacer un trabajo”, “tenía muchos
exámenes”, “me dolía la punta del mismísimo”…
El cinturón negro viene a ser uno
de los poquísimos títulos que puede conseguir un muchacho de 15 años de edad.
Exige sacrificio, conocimientos y un pago –económico-, entre otras cosas.
Luego, una vez obtenido, se puede
uno sentir orgulloso de ello o no. Por volver a lo que decíamos antes, se puede
sentir guiri o sentir que por fin se
ha conseguido acabar. Usted elige.
Pero tanto sacrificio -¿tanto?-
choca a veces con otros intereses y prioridades. Los niños tienen que estudiar.
Tienen deberes y otras actividades de las llamadas extraescolares.
Rebuscamos en nuestra colección
de excusas y sacamos las del lote que hemos archivado en relacionadas con los
estudios. ¡Sorpresa! La gran mayoría de sus autores –de las excusas- o bien
buscan trabajos en ETT, en la actualidad, o bien malgastan su tiempo en empleos
para los que se exige ninguna o poca formación. ¿Cómo nos gusta engañarnos?
En nuestra colección también
encontramos otras archivadas en ‘diversas aficiones’ o ‘formaciones
complementarias’. Está la del niñato del balonmano, que nos montó un pollo
porque no le pasábamos a cinturón marrón, pero que ensalzaba su nuevo deporte favorito
hasta ponerlo por las nubes. Éste llegará a olímpico –pensábamos- pero ¡qué va!
También lo dejó al año siguiente.
La niña del teatro tampoco pasó a
marrón –menos mal- y también montó el pollo o ensayó un drama griego; ¡qué sé
yo! Hoy no sube a la escena de ningún teatro, tampoco practica yudo.
Seguramente es feliz pese a la frustración de no haberse llevado el cinturón
marrón.
Hoy en España parece que estudiar
es poca garantía de acabar formado. La escuela tiene poco crédito; la pública
tiene poderosos enemigos y la privada tampoco parece conseguir formar cerebros.
Cuando así sucede, ¡bingo!, ya tenemos otro para que se vaya a buscar trabajo a
Alemania. Vaya panorama.
No nos cansaremos de repetirlo:
‘los estudios lo primero’. Pero… ¿y qué es lo segundo? ¿el móvil? ¿salir con
los amigos? ¿Tuenti? ¿la ‘play’?
No somos quiénes para dar
consejos. Lo que vamos a hacer es lanzar una idea. Lo hacemos en el ánimo de
ajustar deseos, pulsiones y otros mecanismos de la psique a la cruda realidad
de nuestros logros. Nos imaginamos ahora a un muchacho (también puede ser
muchacha) de unos doce años. Se hace una lista de prioridades en la que por
puro interés personal, por consejo o imposición familiar –vaya usted a saber-
pone en primer lugar los estudios. ‘Lo primero los estudios’. Ahora, para
organizar su tiempo –una vez descontado, obviamente, el empleado en tareas
fisiológicas- surge la pregunta: ¿Y lo segundo?
Si en este ejemplo estamos
hablando de un yudoca que ya lleva unos años practicando nuestro deporte,
suponemos que le gustará casi tanto como a nosotros. Es probable entonces que
el yudo aparezca en la lista enseguida. Si por el contrario, hay que ir a
buscar el yudo muy abajo, se entenderá que la dedicación sea proporcional. A
más abajo se encuentre el yudo menos interés habrá en él y, por tanto, menos
esfuerzo, tiempo, dedicación… Hasta ahí todo lógico y consecuente.
Seguimos con el niño de doce años
del ejemplo, al que recomendaremos hacer la misma lista cada año que pasa o
cada curso que comienza. Y siempre le recomendaremos que los estudios sean lo
primero y seguir preguntando qué es lo segundo. Porque cuando el niño cumple 15
años parece ir a rescatar del décimo puesto –es un ejemplo- de su lista el
yudo. Y por arte de magia lo sube a lugares de máxima prioridad. Pero no le ha
dedicado el tiempo, ni la dedicación, ni el esfuerzo en consonancia a ese
puesto al que ahora lo subió. No pasa nada. A fuerza de incoherencia se pasa
ahora la responsabilidad al profesor. ¿Es que no está el chico preparado
después de tantos años para sacar el cinturón negro? Pues mire usted: no lo
está. Pero es que tampoco está preparado para mantener una entrevista de
trabajo en inglés y lleva los mismos años estudiando dicho idioma. Lo que ha
venido haciendo es una actividad extraescolar que le ha dado beneficios al
tratarse de un deporte completo donde los haya, pero no ha pasado de eso. No ha
tenido nunca guiri. ¿Cómo diablos
quiere que ahora se lo inoculemos?
Respeto hacia uno mismo y hacia
los demás
Me llega un ruego, entre queja y
amenaza, de que un niño no podrá seguir el curso que viene practicando yudo.
Como dicho joven yudoca va creciendo al ir a reservar plaza se encuentra con
que ya no puede matricularse en chiqui-yudo (cuesta unos 7 euros al mes).
Tendrá que hacerlo en yudo infantil que viene a costar 12 euros al mes. A ver
si puedo hacer algo. Pues de momento, comprender que cinco euros al mes no
justifican para ese señor padre la labor educativa que venimos haciendo durante
dos años con su hijo. Se siente uno un poco infravalorado.
Ya sabemos cómo andan las
economías domésticas en nuestro país en nuestros días. ¿Pero de verdad es tanto
cinco euros más al mes? ¿Es caro recibir clases de yudo por un sexto dan a 12
pavos al mes? ¿A cuánto estará el kilogramo del guiri ese?
Nos estamos alargando demasiado y
no tenemos ninguna confianza en que este escrito tenga más éxito del que tienen
nuestras cada vez más habituales charlas en las clases; o sea ninguno. Así es
que vamos a ir acabando recomendando vivir el presente. Esta es nuestra
recomendación final: vivir con plenitud cada instante. Entregarse con pasión en
el momento de estudiar y también en el de practicar yudo. No hacer planes a muy
largo plazo si no es siempre con los dos pies firmemente asentados en el
presente; en un presente pleno, lleno de sensaciones y en el que uno sea capaz
de poner todo su sentimiento vital… como si no fuera a haber otro. ¡Con dos
guiris!
Quizás con ello uno aprenda a
tener más respeto. Hacia uno mismo y hacia los demás. No olvidemos que la
palabra respeto viene del latín respectus.
Se trata de una palabra compuesta por re y
spectrum, o aparición, y que viene de
la familia specere o mirar. Así pues,
estamos hablando de volver a mirar. La idea es esa. Respeto es también volver a
mirar, no quedarse con la primera mirada que hacemos sobre algo y esperar una
nueva aparición. Respetar es tener miramiento, no una primera y simple
impresión. Quizás, ahora que vamos despacio, en vez de contar mentiras, sea
momento de volver a mirar. Tal vez sea el momento de reflexionar sobre el guiri, sobre la lista de prioridades. Lo
mismo es el momento de respetar –volver a mirar- qué es el profesor de yudo.
Aprovecha, ahora que vamos despacio, tralará, para replantear si respetas el
yudo.
NOS VEMOS EN LOS TATAMIS
Estimado Maestro Wladimiro ¡Cuánta razón tienes! Te mando unas ideas que me han surgido al leer tu exposición:
ResponderEliminar1º El Judo NO ES UN DEPORTE.
2º Es un Gendai Budo (Arte Marcial Moderno)
3º Se enseña como deporte pero nos gustaría que se comportaran como artistas marciales (incongruencia del profesorado)
4º La mayoría de nuestros Maestros no eran Maestros, eran simples entrenadores de un deporte (de aquellos polvos ,estos lodos)
5º Para un cinturón negro o aspirante, lo primero es el Judo. Por que los estudios sean lo segundo no incapacita para sacar sobresalientes ... el Budo es así ...lo primero ... si no, puedes ser Kyu toda tu vida y no pasa nááá.
6º El Budo en general y el Judo en particular están impregnados de filosofía, religión, costumbres,etc, de Japón por lo que un Maestro debe conocer muy profundamente esto y compartirlo para a su vez transmitirlo PERO como muchos dicen que no somos japoneses (pero sí queremos ser MAESTROS de un arte japonés ...¡Cómo somos)pues eso ... Maestros de nááá ...sólo somos entrenadores en el mejor de los casos y los alumnos son caprichosos y altaneros como cualquier futbolista pero encima pobres¡ Qué desgracia tenemos!
7º Quizás al Judo deberíamos llamarlo Judo Occidental, Judo deportivo o no sé ... eso sí ... me atrevo a decir que si anuestro lado alguien dijera que él enseñaba Judo japonés o Judo o Judo arte marcial, nos quedábamos con cuatro alumnos.
8º En fin, seamos serios, quizás y sólo quizás la culpa sea nuestra por deslabazar, edulcorar, "democratizar",etc algo que se caracteriza por todo lo contrario ¿Qué esperamos, pues?
Suerte en el camino del Budo.
Un cordial saludo, Sensei