24.4.15

El puñetero profesor de yudo

Últimamente repito en mis clases que el yudo es una escuela de vida. Además de explicar gestos técnicos, como "meter la cadera", "lanzar la pierna bajo el centro de gravedad", desequilibrar, los profesores de yudo -todos- vienen a transmitir valores. No tienen un gran mérito porque el yudo es una fantástica herramienta educativa; los méritos del colectivo de profesores de yudo, como el del colectivo de educadores, son otros. "Lo que hay que aguantar" dirían algunos.

Cada vez que te caes (más bien te tiran) aprendes a levantarte con deportividad (sin ningún resentimiento) y con el claro propósito de mejorar para no volver a caer, pero sabiendo que es inevitable volver a hacerlo. ¿No es esta, en sí misma, una gran enseñanza del yudo?

Al comienzo de cada clase, los yudocas se saludan. Al finalizar cada clase los yudocas se saludan. Al empezar a ejercitarse con un compañero (y también al acabar) los yudocas se saludan. para entrar al tatami, los yudocas piden permiso y saludan (si es que no han llegado al saludo colectivo del comienzo). ¿No es esta, en sí misma, una gran enseñanza del yudo? Más en estos días en que te cruzas con gente que parece haber olvidado esa sana costumbre de saludar, de dar los buenos días o las buenas tardes...

En el tatami, el profesor es el líder. Lleva un cinturón que indica que tiene más experiencia que los alumnos. ¡Ay, la experiencia! Sólo por eso al profesor o maestro se le saluda también. Pero el profesor devuelve el saludo a todos los alumnos, incluidos los más noveles; con el mismo respeto. Todos llevan un yudogui que les iguala, les recuerda que les une un deporte, una afición; un estilo de vida.

En las clases de yudo infantil existen juegos muy extendidos en la gran mayoría de tatamis de todo el mundo. Aún así, hay profesores que no dedican mucha atención a los juegos porque el yudo en sí mismo es un juego; un maravilloso juego. Están en su derecho.

Lejos de discutir la conveniencia de los juegos en una clase de yudo infantil vamos a hablar de algunos que nosotros aplicamos en las nuestras con mucho éxito. También existe (o debe existir) eso que llamamos ampulosamente libertad de cátedra, que algunos profesores de dilatada trayectoria y probado reconocimiento se han ganado.

En nuestras clases de chiqui-yudo para niños de entre 4 y 6 años, nuestro objetivo primordial es iniciar a los neófitos yudocas en nuestro maravilloso deporte. lo hacemos casi exclusivamente sobre la base de juegos o ejercicios a los que ponemos nombres atractivos. Incluso en el calentamiento de estas clases recurrimos a rimas y motetes simpáticos. Por poner un ejemplo: cuando hacen abdominales a los niños les decimos "boca abajo, manos a la espalda para sujetar la falda o a la nuca para sujetar la peluca".

La repetición es la práctica y sin práctica no hay aprendizaje. Pese a todo, cada mes cambiamos el calentamiento, la tabla de musculación, los juegos, el programa técnico... El niño que falta un mes o los niños que faltan a menudo, obviamente no sacan el debido provecho de la programación del profesor. El profesor se esfuerza en tener clases dinámicas en las que la repetición a penas se percibe para lo cual recurre a muchos trucos pedagógicos, variando, a veces, mínimas cuestiones.

En nuestras clases de chiqui-yudo tenemos en este mes de abril un juego que llamamos "comemanos". Los niños se desplazan con libertad por todo el tatami buscando la mano de un compañero para darle una palmetada. juegan todos contra todos lo que crea un ambiente muy divertido por las múltipes posibilidades y asociaciones que se pueden producir. Si se tiene reflejos se retira la o las manos del suelo. Entonces vale despeinar con lo que se sigue trabajando coordinación y reflejos. Y si, para evitar ser despeinado se da uno la vuelta, vale dar cachete al culete. Los niños se lo pasan en grande.

Este mismo juego que estamos aplicando en el mes de abril tiene una variante para mayores (mayores de seis años) de nuestras clases de yudo infantil que van de siete a 14 años en distintos grupos. Ahora pasamos a explicar no sin antes hacer mención a que también en lcas clases de adultos (mayores de 15 años) aplicamos este juego en algunas ocasiones, especialmente en las clases de lo que llamamos yudo recreativo.

El juego del "comemanos" para mayores de seis años cambia de nombre y se juega en pie. Decimos: "despeinapelos, mano rodilla y cachete a culete". Y añadimos que también vale "tocar con punta de los dedos de los pies el nudo del cinturón, las caderas y los glúteos". Y, evidentemente, también vale coger el pie con las manos. También es un juego muy divertido y del gusto de nuestros alumnos de casi todas las edades. El desarrollo de reflejos es impresionante, sobre la base del trabajo de kumikata y también de paradas y bloqueos de defensa personal, amén de estimular equilibrio, coordinación, esquema corporal, conocimiento propio y "del otro", y un amplio etcétera de virtudes y muy pocos, por no decir ningún, inconveniente.

Aquí abajo dejamos un ejemplo en vídeo.





Dicho todo esto también queremos puntualizar que lo que a nosotros nos parece maravilloso a otros les puede parecer una "eme" (pinchada en un palo). Lo que a nosotros nos parece adecuado, oportuno, coherente con nuestra programación, pedagógico... a otros les puede parecer lascivo, inoportuno, alienante, antipedagógico, abusivo, cruento. Para gustos están los colores.

Imaginemos que viene un día un progenitor de un alumno a hacer una indicación a un profesor de yudo que aplica uno de estos juegos o similares. Imaginemos que expresa cierta dificultad de su hijo para entrar en la dinámica de uno de estos juegos. Imaginemos que, por ejemplo, le pregunta al profesor que si es imprescindible ese juego en su clase de yudo, que su hijo es muy especial y que le molesta que le despeinen. Ya sé que es mucho imaginar para cualquier persona normal pero mis colegas profesores de yudo han escuchado cosas como éstas y aún otras mucho más impensables.

O sea, recapitulemos, que hay una objeción sobre algo inherente a la práctica de casi cualquier deporte y, sobre todo, del yudo. "A mi hijo no le gusta que le despeinen". Otros dicen majaderías del estilo de no le pongas con ese compañero como si no supiera el profesor manejar los cambios de compañero dentro de una clase o los tiempos de ejecución de cada ejercicio. Y, eso sí, la queja o malestar la transmite un progenitor sin conocimientos suficientes (y peor si te encuentras con uno que dice tenerlos o los tiene, pero anda cegado por estar representando a su "sobreprotegido" vástago).

Este tipo de anécdotas son habituales. Lo malo es cuando uno se cruza con gente con mucho tiempo libre que la toman con profesores empleados por cuenta ajena. Imaginemos que el progenitor eleva la queja a superiores del profesor y éstos actúan como a continuación describo. Ya sé que es mucho imaginar, pero hagan un esfuerzo. La queja se articula por escrito en lenguaje patibulario, tan pleno de incorrecciones gramaticales como de falacias y se acompaña de escrito del menor con sarta de incoherencias, calumnias, etc.

Lo coherente, llegados a este punto es imaginar que los empleadores del profesor de contrastada trayectoria mandarían, con mucha elegancia y diplomacia, a pasear un pollo a los progenitores indignados. ¡Ay, qué poca imaginación!

Este cuento que les cuento viene a cuenta de lo mucho que está en juego en esta sociedad decadente en la que lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo acaba de nacer. Hace muy pocos días, qué casualidad, tuvimos noticia de un tremendo acto de violencia en las aulas, que le costó la vida a un profesor interino asaetado en un descuido. Seguramente su tremenda incorrección o pena fue la de ser docente, además de postrarse como blanco de las iras (y flechas) de un menor (13 años el angelito).

Dice el juez Calatayud que lo que falta en esta sociedad es sentido común y apunta,como solución, a poner límites. Recuerda que se ha explicado claramente a los menores que tienen derechos y se nos olvida recordarles que tienen obligaciones.

En mis excesos de imaginación, que siempre tuve muy desarrollada, jamás llegué a vislumbrar atisbo de que con 55 años que tengo (y más de cuarenta al pie de tatami) pudiera llegar a estar cansado de la profesión que tanto amo. Por ser profesor de yudo he sacrificado muchas cosas; también he recibido muchas satisfacciones a cambio; y, sobre todo, un antídoto: he encontrado la razón de ser de mi existencia. No obstante, hoy día los platillos de la balanza se inclinan peligrosamente hacia un lado poco oportuno. No me siento reconocido más que por alumnos muy agradecidos directamente a mi persona (y por sus familiares). Me siento criticado en nimiedades y por gentes al borde del analfabetismo, sin sentir defensa alguna en el marco profesional en el que desarrollo mi tarea educativa. Me he vuelto vulnerable a niñatos (¿lascivos?) con padres sobreprotectores de los que te dicen a la cara, sin sonrojo: mi hijo no miente. Y con ello te lanzan a bocajarro, con toda impunidad, que el mentiroso eres tú. Y no te cabrees que, entonces, el intolerante eres tú; el que no acepta las críticas eres tú.

Hace tiempo un "papá" que discrepaba con mi forma de enfocar mis clases de yudo me llamó a la cara gilipollas.Sigo esperando disculpas, cerca de un año después, cuando todavía uno de sus hijos sigue acudiendo a mis clases.

Hace cinco meses fui sancionado por expresar una opinión mía no referida a nadie en concreto en una flagrante vulneración del Artículo 20 de la Constitución Española (que parece uno de los más vulnerables en los últimos tiempos... ¡Viva la libertad de expresión!).

Compañeros y colegas: respetémonos entre nosotros porque, con la que está cayendo, como no lo hagamos, no va a venir nadie de fuera a hacerlo (y muy pocos de dentro). Quizás a título individual siempre llegará algún alumno, incluso sus familiares, a decir que eres un tipo excelente. Nunca vienen mal unas palmetadas en la espalda.Pero será una gota de agua en el desierto; muy reconfortante, sí, pero estéril ante la que se nos está echando encima.

Dicen que siempre me he caracterizado por decir lo que pienso y lo que no sabe la gente es lo mucho que me callo. Quizás sí que haya más imaginación de la que pienso y las mentes turbulentas de gentes ociosas son capaces de entrar en lo que no digo, y capaces también de poner el verbo ( a su manera, claro) a lo que no digo. Y qué será lo que tienen los profesores de yudo que siempre despiertan tanta admiración como envidias. Ya deberíamos estar acostumbrados a estas alturas. pero corren tiempos nuevos y hay nuevas armas, como también hay nuevos peligros. Uno de ellos es la indefensión del docente. Se ha mutilado la figura del educador. Y una de las armas nuevas es la impunidad de los estultos. ¿Pero no sería más fácil levarse al puñetero niño (con perdón) a otra actividad o a otro escenario más acorde a su insoportable sensación al ser despeinado?

No si ya te digo yo que sigo de "profe" de yudo por los pelos. Y lo mismo acabo por dejar de serlo por la misma razón; ¡por los pelos! Eso sí, entre tanto, además de defecarme en los designios del sursuncorda, bendigo a todos los que me siguen considerando un "Profesor de yudo".


Ahhh.... y NOS VEMOS EN LOS TATAMIS

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