22.3.20

El yudo y el zen


A lo mejor a estas alturas alguien se ha dado cuenta de que escribo por escribir. Yo ya me había dado cuenta hace unos días. Escribo como manera de pasar el rato y eso es algo que ha cobrado suma importancia en estos días de reclusión: algo hay que hacer. Por eso doy efusivamente mis gracias a todo el que se toma la molestia de leerme.

Hoy día nos damos cuenta de la importancia de tener una casita amplia y con jardín. La mía – que no es mía – es pequeña y sin jardín. Nos damos cuenta de la importancia de la convivencia, de no estar solos, pero tampoco en manada; y todos confinados. Yo vivo en un hogar pequeño donde somos seis personas - una de cinco añitos – y una sale a trabajar a diario.

Entonces cuál es el secreto… Lo primero tener la certeza de que puedes ser el siguiente y no por ello relajar las precauciones que ya todos conocemos y me refiero a cosas tan sencillas como lavarse las manos, no tocarse la cara, no toser en público… y no cosas peregrinas, que también todos hemos oído. Y no las repito.

También ayuda la salud de lo de dentro que en estos momentos todos tenemos más cerca; la paz interior, el alma, la plena consciencia, la resiliencia… Cada cual la llamará como quiera.

En estos días en que están de moda las teorías de mindfulness, la bioneurodecodificación (o bioneuroemoción), el yoga, la meditación, la acupuntura, el tarot… lo usual es mirarse dentro. Más nos vale. Y aprovechar para ser mejores -que falta no hace -, para ver, no obstante, lo mucho de bueno que tenemos – nosotros y los demás – todos. Estaría bien que, a partir de ahora, aprendamos a escuchar cuando nos hablen y no sólo a fingirlo, en el mejor de los casos. Estaría bien aprender a respetar a todo el mundo como queremos que nos respeten a nosotros (y hablo también de políticos a los que alguien ha votado y sobre todo hablo de técnicos que seguro que saben más que yo). Estaría bien aprender a hablar con el corazón más que con la razón, aún cuando se incurra en más de un error. Aprender también, ya de paso, a pedir perdón con respeto, (cuando uno se equivoca), con humildad, con propósito de enmienda (y eso incluye reparar el daño y, sobre todo, perdonarse). Estaría bien que cada cual cumpliera su parte sin esperar a ver qué hacen los demás (de nuevo volver la mirada hacia uno mismo, hacia el interior de cada cual).



Parece que entre nuestras muchas virtudes está la de olvidar pronto. Eso está bien, siempre y cuando se haya aprendido la lección. De modo contrario estamos condenados a chocar en la misma piedra, se pierde una gran oportunidad. Y como ésta, pocas vamos a tener.

Yo soy yudoca y por cuestiones personales me veo impedido a practicar movimientos y ejercicios físicos que antes me resultaban familiares. Con ello me he movido hacia principios fundamentales y hacia aspectos más filosóficos de mi querido deporte; los hay. Ayer mismo, en este espacio recordaba algunos valores del yudo que creo pueden venirnos muy bien. Hoy traigo a colación dichos valores recordando que en su origen, el yudo tiene mucho que ver con los samuráis y que éstos a¡también tenían mucho que ver con las doctrinas zen.



Recordamos que el zen es una escuela del budismo (majayana). Dice la Wikipedia que, “como toda escuela budista, el zen tiene su raíz en la India, aunque sólo en China adquiere su forma definitiva. La palabra zen es la lectura en japonés del carácter chino “chan”, que a su vez es una transcripción del término sánscrito “dhyana”, traducido normalmente como “meditación”.

Hay muchos maestros que se quejan de que al entrar a formar parte el yudo dentro de la familia de los grandes deportes se han perdido esos valores de origen zen. También es verdad que gracias a incluirse el yudo en la familia olímpica y, sobre todo, gracias a la victoria del gigantón holandés Anton Geesink en los primeros juegos en que el yudo fue olímpico (en Tokio, nada menos y ganando al campeón nipón), - gracias a ello decíamos –, el yudo se universalizó. Pasó de ser una modalidad regional a ser un deporte universal. Y eso es importante mientras queden maestros o profesores que le den su justa importancia a los principios fundamentales del yudo, a sus concomitancias con el zen.

El catedrático Juan Antonio Cecchini en su obra “El judo y su razón kinantropológica” empieza diciendo que “el lexema competición, cuya etimología arranca del vocablo latino “competere”, que significa “buscar conjuntamente”, en pocos deportes cobra tanto sentido como en las modalidades de combate”. Por ahí vamos bien, pero, no obstante, el mismo autor (Cecchini) nos recuerda, amparado en numerosos estudios internacionales que se permite hacer dos importantes afirmaciones. “ La primera es que la práctica del deporte, tal y como en la actualidad se está implementando, no desarrolla valores; y la segunda es que incluso, bajo determinadas circunstancias, los resultados pueden ser justamente los contrarios”. Y estamos plenamente de acuerdo. De ahí que defendamos (al menos en el yudo, que para eso los tiene) centrarse en los valores que hemos llamado filosóficos. En los valores espirituales.

De ahí eso que solemos decir a nuestros competidores de que no es tan importante vencer al contrincante como vencerse a uno mismo. Por eso mismo apostamos plenamente por la famosa frase que todos manejamos de que “no es tan importante ser mejor que el rival, sino ser mejor (uno mismo) que el día de ayer”. Eso indica que nosotros centramos nuestro trabajo (cumplimos nuestra parte, como el famoso cuento del colibrí) en mejorarnos – nosotros- y no en estudiar a los contrarios – los otros -. Así lo procuramos inculcar.



Animamos a participar a nuestros adolescentes alumnos en lo que se llaman competiciones oficiales (pero no obligamos), porque creemos que son un buen lugar para buscarse a uno mismo, siempre con valores, como el de arriba, presente. Se trata de un buen escenario para dar lo mejor de uno mismo, para conocerse y mejorar… Para cumplir (como el colibrí) con la parte de cada cual.

Ya que hemos hablado varias veces de él, para finalizar, os dejamos aquí el cuento del colibrí que hemos encontrado navegando por Internet.

Aquel día hubo un gran incendio en la selva.
Todos los animales huían despavoridos. En mitad de la confusión, un pequeño colibrí empezó a volar en dirección contraria a todos los demás. Los leones, las jirafas, los elefantes… todos miraban al colibrí asombrados, pensando qué demonios hacía yendo hacia el fuego.
Hasta que uno de los animales, por fín, le preguntó: “¿Dónde vas? ¿Estás loco? Tenemos que huir del fuego”.
El colibrí le contestó: “En medio de la selva hay un lago, recojo un poco de agua con mi pico y ayudo a apagar el incendio”.
Asombrado, el otro animal sólo pudo decirle “Estás loco, no va a servir para nada. Tú solo no podrás apagarlo.
Y el colibrí, seguro de sí mismo, respondió:

“Es posible, pero yo cumplo con mi parte.”


NOS VEMOS EN LOS TATAMIS

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