4.5.20

El keko


Hace muchos años, cuando ejercía de profesor de yudo, en el colegio Ciudad de Guadalajara sucedió una historia extraordinaria que paso a relatar.

El colegio que se encuentra en la Alameda de Osuna nos lo cedió el hermano de nuestro actual profesor de yudo, Manuel Ortega. Incuso en este extraño curso seguimos vinculado a este colegio; seguimos impartiendo las clases después de muchos años.

Un día, acudí por extraño motivo, a la Biblioteca de mi colegio. Yo era un zagal y me llamó la atención un libro sobre preparación física de cuyo autor ni me acuerdo. Era de fácil comprensión, hasta yo lo entendía. Seguramente muchos de sus postulados ya están más que superados. No importa, en lo que se refiere a este relato. Lo importante es que tenía una lámina con un cuerpo tipo el hombre de Vitrubio, pero con sólo dos piernas y dos brazos. En algunas partes (tobillos, muñecas, pantorrillas, muslos, bíceps…) se veía una línea punteada de la que salía una flecha para indicar un lugar en el que se podía anotar lo que medía cada parte indicada.

Yo ya era un inquieto profesor de yudo y creo que arranqué la hoja pensando que me podría venir bien para mis menesteres.



Pasaron muchos años y, en una de esas, me decidí a utilizar aquella lámina. La adapté para mis alumnos e hice fotocopias para repartir, adjuntando unas instrucciones. Yo pensaba que se trataba de tener un cierto control del desarrollo muscular de los niños; de su crecimiento. Incluso le llegué a poner un nombre al “test”: el keko.

Debía correr la década de los 80 – yo tendría una veintena de años – cuando, en pleno curso, se acercó una señora con un niño de la mano, con la clase comenzada. Me explicó, muy amable, que había inscrito a su hijo en la actividad, porque le veía muy tímido y poco deportista. El chavalín, en efecto, se mostraba esquivo y reservado. De hecho no quería pasar al tatami. Así es que me armé de paciencia y permití que se quedase sentado al borde viendo a sus compañeros. El niño se quedó allí, pero veía poco la clase. Se quedaba leyendo un tebeo (Don Miki) con el que siempre llegaba. Así fue al principio. Sólo conseguí que se descalzara tras unos días. Le convencí de que así podía pasar al tatami cuando le apeteciera; en cualquier momento que así lo deseara.

Todo fue muy gradual, incluso que se pusiera el yudogui tuvo su proceso. Cuando ya lo logré y se integró al resto del grupo, en la clase, dejé de preocuparme. Casi se puede decir que era un niño más.

Pasaron una pocas semanas y llegó el momento en el curso en el que repartía las fotocopias del “keko”. Alejandro Montero Campanero, que así se llamaba aquel niño, recibió su copia como uno más. Al devolverlo relleno me llamó la atención que había anotado bastantes centímetros más en una pierna que en la otra. El tobillo era más grande que el otro. Lo mismo podía decirse de la musculatura de una pierna (pantorrilla y muslo) frente a la otra.

Al comprobarlo llamé aparte al niño y le pregunté si había tomado las medidas sólo, le pregunté por cómo las había tomado. El niño tampoco jugaba compulsivamente al baloncesto. De hecho era un niño que jugaba poco en los recreos.

Le volví a dar la fotocopia y le propuse tomar todos los datos cuidadosamente, una vez más. No era inusual alguna pequeña diferencia por lados. Entre el resto de sus compañeros había algún caso, pero en Alejandro la diferencia por lados era mayor.

El niño muy disciplinado repitió. Los nuevos resultados eran casi idénticos a los anteriores.

Casualmente, al cabo de pocos días, coincidí con la madre y le expuse el tema. Le dije que me parecía impropio y que se escapaba a mi comprensión. Llevaba poco tiempo en yudo aunque lo hacía todo por un sólo lado pese a mis recomendaciones. Y más desde que vi los resultados del “keko”. Tenía la mosca detrás de la oreja que se suele decir.

Poco tiempo después recibí noticias de aquella buena mujer pese a que el niño dejó de ir. Parece ser que siguió mi consejo y lo consultó con el puericultor. Este debió hacerle algunas pruebas al niño aunque le extrañaba., Después le preguntó a la madre sorprendido ¿quién le ha alertado de la enfermedad de su hijo? Al explicarle todo el médico contestó algo así como: “Pues agradézcaselo a ese profesor porque lo ha sabido ver en fase incipiente, en caso contrario su hijo estaría destinado a ir en silla de ruedas seguramente”.

Hace poco contacté con Alejandro y me dio su permiso para publicar este escrito. Además añadió “como bien dices, fue un calvario con dos operaciones y casi dos meses postrado en la cama con una pesa en la pierna”. Además añade - y esto es importante para los yudocas – “cuando la vida te pone una prueba así hay dos opciones. Una es compadecerte de ti mismo y no luchar. La otra es darle un corte de manga, aceptar tus cartas y jugarlas. Y eso me lo enseñó, entre otras cosas, el yudo. Así que gracias de nuevo”.

Creo que Alejandro tenía un mal degenerativo del que se libró, efectivamente, por haber sido diagnosticado precozmente. Creo que el calvario médico de Alejandro fue importante – como así me lo ha confirmado -; ninguna tontería. Me gustaría decir que a día de hoy Alejandro hace vida normal, pero no puedo. Con eso de normal indicaría que anda y poco más. Y no es cierto. Hace mucho más, como puede verse a simple vista en su Facebook. Es un apasionado del ciclismo; sobre todo del ciclismo de fondo, de largo recorrido.

Hoy día, sigo entregando el “keko” y me desespera el desinterés creciente, pocos devuelven la fotocopia que se les entrega. También es cierto que pocos conocen esta historia. Algunas veces la cuento en clase. Los niños escuchan respetuosos, por lo menos oyen; pero en sus caras se nota que no se enteran de nada. Igual no tienen pensado dedicarse al ciclismo.

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