28.6.05

VII. Despedida y cena

Al salir de la sala, se me indicó que podía cambiarme de ropa, con rapidez, para estar disponible con mi coche a la puerta del polideportivo. Los maestros iban a regresar con José Louis de Antonio al hotel. Tuve que darme una carrera hasta su furgoneta para meterle prisa al bueno de José Luis, en cuyo rostro se dibujaba un cansancio profundo. Luego subieron a mi coche las tres alumnas americanas, que se mostraron especialmente locuaces. Comprendí que también ellas habían pasado una importante prueba de nervios. Incluso, Margerite reconoció que se echó a temblar cuando pensaba que en la prueba del cuchillo de madera se debería enfrentar a mí. No fue así; me enfrenté a su marido, así es que aproveché para pedirle que transmitiera mis disculpas por haberle echo daño en la rodilla.

Al dejar en el hotel a las ocupantes de mi coche fui a casa a ducharme. Sólo tuve tiempo de eso, de cambiarme de camisa y de beberme una cerveza muy fría. Volví apresuradamente al coche me puse en marcha hacia el Casino donde íbamos a cenar todos junto. En un principio yo no había previsto acudir a esta celebración. Pero, durante el seminario la secretaria Kim me explicó que al maestro le gustaría que acudiera a dicha cena. Acepté encantado y mi amigo Pedro tuvo la gentileza de invitarme a dicha cena.
El ambiente, pese a la presencia de los maestros fue algo más distendido pese a los discursos y las decenas de reverencias. Hubo un momento en que se agradeció la particular muestra de amistada de algunas personas que habían colaborado a que los visitantes se sintieran en todo momento como en sus propios hogares. Entre ellos estaba yo que fui obsequiado con una linda cerámica del Castillo de Osaka. Cuando el maestro pidió que la recogiéramos de sus manos, nos recordó que nos la entregaba como una semilla, como un símbolo de fortaleza que crecería en nuestro espíritu.

Recuerdo que cuando comimos en El Escorial, solicité permiso a la secretaria para que el maestro me permitiera hacerle un regalo así como a los demás visitantes de América. Dio su permiso y pude ir acercándome, uno por uno, a todos nuestros invitados a darles un llavero del Ayuntamiento de Parla. Habían sobrado unos cuantos de los que la Delegación de deportes me había dejado para repartir entre los participantes en el Trofeo de la Amistad que organicé días atrás. Se mostraron satisfechos con el regalo y yo tuve el honor de poder ofrecer un símbolo de mi respeto y admiración.

En definitiva, puedo decir que jamás olvidaré la experiencia. En estos tres días perdí casi siete kilogramos. Estos tres días en contacto con el maestro Hamada y sus alumnos me han hecho crecer otro poquito y me han recordado el camino de la humildad, de la constancia, de la perseverancia… El camino gentil o incruento. Un camino que, a veces, olvidamos para nuestra desgracia.

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