13.11.07

Carta a mis amigos los yudocas

Estimados yudocas:

Me enseñaron a perdonar y no a olvidar, pero estoy en ello (a todo cerdo le llega su San Martín y puede que también su alzheimer). ¿De qué estaba yo hablando? ¡Uy!, qué peligro.

Suelo juntar la ‘ene’ con la ‘o’ y leer SÍ; siempre ¡SÍ! Me cuesta un imperio decir que no. Son cosas de la empatía.

También tengo algo de memoria -extraña memoria-, que me permite recordar los apellidos de mis alumnos y no la fecha en que me casé, ni la fecha en que obtuve el cinturón negro, ni la otra en que eché el primer…

El pasado domingo tuve una conversación con dos personas a las que conozco desde hace muchos años, pero que apenas conozco en lo personal, en lo humano; así es la vida. Pero, como tengo memoria y ya voy peinando canas, recuerdo; claro que recuerdo.

Una vez charlé con Jorge Valcárcel y me contó con todo lujo de detalles cómo disfrutaba de la existencia de una perrita de su propiedad que llevaba a todas partes. (Creo que era una perrita, pero lo mismo era un perro). Con mucha poesía –auque él no lo supiera- explicaba que ese animal el proporcionaba un cariño especial, le lamía los pies –decía- en el vestuario, cuando se ponía su yudogui para impartir alguna de sus clases de yudo. Nunca olvidaré aquella conversación que tuvo lugar hace muchos, pero que muchos años. Igual, hasta la ha olvidado Jorge Valcárcel. Yo no. Aprecio mucho a Jorge desde entonces; sólo por aquello; yo soy así.

Recientemente he vuelto a charlar con Jorge Valcárcel, porque ha tenido el buen criterio de pedirme diálogo para darme oportunidad de explicar algunas de mis opiniones –jodidas opiniones mías-. En el momento de charlar con él no recordé su anécdota perruna, pero sí que tenía claro que hablaba con una persona sensible; con una buena persona. El que expresa amor hacia una mascota es siempre una persona sensible y humana. A todos nos viene a la memoria aquella hermosa frase de lord Byron: “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Por cierto que el poeta británico escribió un maravilloso epitafio para su perro, que ya quisiera yo escribiera alguien para mi tumba (aunque no quiero tumba). Lord Byron escribió para su canino amigo: “Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad. Tenía la grandeza de los grandes hombres y ninguno de sus defectos”.

Lo que nos une
En estos días he pensado mucho en eso de ser yudoca. He recapacitado mucho en las peleas y gritos que damos en nuestras llamadas ‘competiciones’. Veo gentes que se crispan, que le dan una seriedad solemne a cosas que apenas tienen más importancia que el canto de un grillo (sublime, por otro lado).

Se me olvida que todo el que se ha puesto un yudogui y lo ha sudado sabe que si no se saca de la bolsa huele fatal (como a amoniaco). Se me olvida que en el yudo, tarde o temprano te dan un ‘ostiazo’ que te deja sin respiración porque el diafragma parece empeñado en hacer masa con el filo del alma. Se me olvida que el que ha sido ‘competidor’ –toda una raza dentro de lo de ‘ser yudoca’- ha experimentado, en alguna ocasión esa sensación de morirse placidamente ante un rival más fuerte. Me refiero a la sensación de quedarse ‘privado’ cuando a uno le estrangulan y no abandona (o no le sueltan); privado de consciencia; privado de la vida unos instantes…

Parece que la vida se va componiendo de recuerdos y… también de olvidos. Se nos suele olvidar a los yudocas que hemos tenido que defender nuestro deporte ante gentes que nos dicen que el kárate es mejor, que el yudo es una mierda, que no sirve para defenderse. Se nos olvidan las críticas sufridas –a veces por seres muy cercanos y queridos- por dedicarnos a un deporte tan minoritario (en determinados ámbitos) como desconocido, en términos generales. Se nos olvida que, a lo largo de nuestra vida deportiva hemos sufrido las mil y una decepciones, algún que otro contratiempo serio y, muchas veces, lesiones de mayor o menor gravedad. Se nos olvida lo duro que es entrenar bajo presión, mantener un peso o bajarlo para poder participar en un trofeo en el que nadie nos garantiza el éxito. Y todo ello por un pago que haría morir de la risa a un futbolista, por ejemplo… ¡por nada! (o quizás por todo; por estar vivos, sin necesidad de recibir dinero a cambio de nuestro esfuerzo).

De un primer profesor de yudo que yo tuve, donde empecé a practicar este deporte en el barrio de Caño Roto, recuerdo unas palabras. Era Antonio Recuero y nos animaba a participar en los campeonatos que organizaba. Estoy hablando de 1970 o 1971 si no me equivoco. Recuerdo que los críos le preguntábamos si iban a dar medalla en aquella competición. Era nuestro mayor deseo: recibir una medalla que recordara nuestros éxitos de niños-yudocas. Él nos decía que a un campeonato se iba aunque dieran de premio ‘unas alpargatas viejas’. En una de esas nos llevó al gimnasio Villaverde y conocí a Paco Valcárcel… Eran los años 70, como antes decía, y me viene a la memoria aquello de que ‘más sabe el diablo por viejo que por diablo’. Por cierto, no dieron alpargatas; en esa ocasión dieron medallas.

Lo que nos separa
Es cierto que el mundo del yudo es competitivo. Sin embargo proliferan cada vez más los entrenadores que olvidan la procedencia de nuestro deporte, las enseñanzas de su fundador. Ya he hecho mención en alguna ocasión a un entrenador (jamás le llamaré maestro pese a ostentar un alto grado y ser muy famoso) que no se creía eso de que el yudo fuera el camino de la flexibilidad. Me preguntaba: ¿pero eso dónde lo pone? Y añadía muy ufano que él utilizaba ‘todo eso’ para ‘vender el yudo’. Así nos va.

Es cierto que del yudo hemos hecho entre todos un deporte de alta exigencia que casi nadie comprende si no es que se dedica a esto. Es un deporte olímpico que no va a presenciar nadie a los Juegos Olímpicos; nadie que no sea yudoca. Esto no sucede así con otros deportes como el atletismo, el tenis, la natación, el fútbol… Pero no es menos cierto que el yudo es mucho más que lo que se cuece en un campeonato, por muy mundial u olímpico que sea.

Yigoro Kano tenía el firme propósito de mejorar la sociedad a través del yudo. Tenía el maestro Kano la firme convicción de que había dado con una herramienta para mejorar al ser humano, por eso quería universalizarlo y, por eso también, debió pelear tanto por hacerlo un deporte olímpico. Lo consiguió aunque él no lo viera. Lástima.

El caso es que dentro de esa colección de olvidos de la que antes hablaba, está el de no tener presentes esos objetivos con los que nace nuestro maravilloso deporte. Eso sí que nos separa, cuando debería unirnos. Pero, sobre todo, separa a quienes practican yudo de los que incluso presumen de no hacerlo o de no dedicarse profesionalmente a él. Un respeto, por favor.

Gratitud, sobre todo
Cuando uno va peinando canas y mira para atrás, puede ver (como en el poema) “que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Es un fragmento de la conversación de Rosaura con Segismundo en ‘La vida es sueño’, de Calderón de la Barca. El pasaje completo dice así:
“Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro --entre sí decía--
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.

Pues bien, no quisiera yo caer en pecado de soberbia, ni en autocompasiones, cuando tanto cuido mi humildad conocida de todos. Pero esa humildad no se ha de confundir con falta de gratitud. Es mucho lo que he sacado de mi paso por el mundillo del yudo. Y aún es mucho más lo que me queda por sacar, estoy seguro. También tengo claro que estoy condenado a entenderme con las gentes de este mundillo, así es que más me vale poner fin a algunos dislates que he debido propiciar.

Como no estoy en la tesitura de pedir disculpas de algo de lo que no me siento culpable, sí que puedo, en cambio, expresar mi gratitud a las gentes del yudo que me han ayudado a caminar por este lupanar que llamamos sociedad. Agradezco a amigos y enemigos, por igual, la oportunidad de haberlos conocido y de haber cruzado nuestros caminos (nuestros DO). Unos me ayudaron –los primeros- y los otros me estimularon –muy a su pesar, supongo-.

Entre todos tenemos una colección de recuerdos inigualable. No le puede tener envidia al de ningún otro colectivo. Somos deportistas, pero además, somos algo más. Somos yudocas. Nuestros logros (los que los tengan) no se basan en un mejor calzado (vamos descalzos), en una mejor equipación o herramienta. Se basa en nuestro esfuerzo, único e intransferible (el yudogui ayuda bien poco en relación a los materiales de otros deportes). Luego, están los profesores de yudo, que reúnen, a duras penas, su salario. Y lo hacen dedicándose a la ingrata labor (maravillosa labor, también) de la docencia. Sólo unos pocos seres privilegiados y preclaros consiguen hacer de esta labor la única que les mantiene económicamente. Ahí está la gigantesca figura de mi maestro Rafael Ortega y de otros extraordinarios yudocas como Macario García… ¡pocos más! Algunos montaron un ‘puticlub’ largos años y ahora presumen de… Bueno, no sigamos por ese camino que andábamos con las gratitudes.

Decíamos que los profesores (de yudo, en este caso), son privilegiados. No por ello dejan de ser sujetos de mérito. Hoy día dedicarse a la docencia es tremendo. Pero no deja de ser, también, una de las maneras más lindas de hacer sociedad, de sentir que en esta vida hacemos algo; algo útil. Yo no puedo más que mostrar gratitud a quienes me han precedido y servido de modelo; a los que trabajan por este deporte, como el señor presidente de la Federación Madrileña de yudo, que dedica horas y horas a la tarea de organizar nuestro deporte en el ámbito madrileño y mucho más allá. Paco Valcárcel es un tipo humano donde los haya. Gusta de la palabra, como un servidor. Y no la retira a nadie; siempre da la oportunidad de hablar.

Pero hay muchos más. Y no quisiera dejar fuera a ninguno, porque en esto, llegué pronto y, enseguida abrí bien los ojos. Por eso parece que tengo más vivido, cuando en realidad, siento que estoy empezando. Pero también me voy dando cuenta de que si una vez tuve ejemplos, tal vez vaya siendo hora de que me aplique el cuento por si yo estoy sirviendo de ejemplo a otros. Precisamente esta reflexión me lleva a publicar esta carta. No cometamos el error de criticar al club de enfrente cuando lo que tenemos que hacer es trabajar con él por la promoción de lo común, de lo que nos une. Esto suele ser corriente entre los profesores de yudo; se critica al de al lado, en lugar de organizar actividades conjuntas. Afortunadamente, la cosa va cambiando y los jóvenes no se dejan influenciar por resabios de sus mayores; no se dejan engañar.

Decía que no quería dejar fuera de mi expresión pública de gratitud a nadie y por eso he dejado de dar nombres. En mis clases tengo ejercicios, juegos, elementos tomados de todos los profesores que he conocido. De todos los gimnasios que he visitado he sacado algo de provecho, algo positivo. Gracias también por eso.

COLOFÓN

Si en estos días mi ‘montaraz’ estilo de escribir ha dañado sensibilidades, lo lamento. No me arrepiento, que son cosas distintas, de haber meneado un poco la candela. Parece que, a veces, viene bien. El término aburguesarse ha dejado de usarse. Y un servidor tiene claro que no es más que porque todos nos hemos aburguesado. Así que la mosca cojonera nunca está de más si nos mueve a reflexionar; digo yo.

Pero, en todo caso, si alguien o algo está dando un servicio y ayuda a que este mundillo mío (del yudo) siga funcionando, yo, desde aquí, le doy las gracias. Aunque la aportación sea nimia y parezca insignificante. Mi gratitud va para todo aquel que vive del yudo, que ama el yudo, que lo practica, que lo enseña, que lo admira, que se intenta enriquecer de él, que lo enriquece, que lo pone en solfa, que hace que dudemos de él, que lo explota, que lo mima, que se lo apropia, que lo reparte, que lo transmite, que lo comunica, que lo embellece. Gracias a los que marcan ipón por dejar que nos deleitemos con un movimiento de belleza como hay pocos en ningún otro deporte. Gracias también a los que enseñan a los jóvenes a realizar esos movimientos de tanta belleza como mérito. Gracias a los yudocas. Y gracias a los que no lo son pero permiten que lo seamos (o dudan de nosotros y hacen que nos obstinemos más en serlo). Gracias a los que descuelgan un articular y responden “federación madrileña de YUDO, ¿dígame?” Gracias al presidente del COE por haber llegado tan alto en la política deportiva siendo, como es, yudoca. Gracias a los que ayudaron a truncar mi avatar dentro de alguna faceta del yudo, porque me han permitido dedicar más energías a otras facetas o campos de este maravilloso deporte. Gracias a los que me tendieron trampas, a los que dudaron de mí, a los que todavía dudan porque me hacen ser más cauto y esperar un movimiento fulminante que hay que saber ‘contrar’, como decimos los yudocas. Gracias a los que en estos días me han permitido hablar y no precisamente de cosas banales como hacemos casi siempre (por la mañana y por la noche -algunos no paran-). Gracias también a los que me han permitido volver a equivocar (y a acertar), sintiéndome de nuevo un poco vivo. A veces recuerdo a Dámaso Alonso y su poema Insomnio. Tremendo poema. Con él quiero acabar porque a mí, las palabras, no me llegan como le llegan a él. Lástima, ¿verdad?


Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

No hay comentarios:

Publicar un comentario