9.12.07

Recuerdo de Yamashita 'el grande'

Hace poco, en una clase de yudo de adultos, explicábamos que no es preciso dominar un gran conjunto de técnicas para disfrutar con el aspecto deportivo de nuestra especialidad. Y poníamos de ejemplo el de uno de los grandes de nuestro deporte: Yasuhiro Yamashita. Se marchó del mundo de la competición imbatible y a nadie se le escapa en el recuerdo su victoria, ‘a la pata coja’, en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles (1984), contra el gigante egipcio Rashwan.

El profesor Wladi (que va peinando canas) tuvo la enorme fortuna de asistir al I Campeonato del Mundo Junior (yunior) de nuestro deporte. Se celebró en el Palacio de Deportes de Madrid y, por entonces, a sus 15 años, impartía las peores clases de yudo del mundo (así lo suele recordar con mucho humor) a un pequeño grupo de niños en el entonces llamado Gimnasio Judansha de la calle General Pardiñas (escribimos de memoria). Como había clase los sábados por la mañana, se montó una expedición para llevar a los chavalines al próximo Palacio de los Deportes. Allí tuvimos ocasión de ver la eclosión del que prometía estar llamado a ser uno de los más grandes. Su demoledor uchi-mata, que transformaba en o-uchi-gari cuando era necesario, dejó huella en el evento. Sólo al español Javier Brieva (seguimos escribiendo de memoria) no le marcó un ipón el japonés (le marcó dos). Los árbitros debieron pensar que con el anfitrión había que tener un poco de paciencia, de manera que la primera vez que Yamashita volteó al nuestro sólo cobraron uasari. No importaba. El japonés ya era imparable y ya se había proclamado Campeón de Japón, por entonces. Volvió a aplicar su demoledora técnica y, entonces, sí se cantó el ipón.

De aquella época es también una maravillosa anécdota. En la sesión de la tarde el jovencito ‘profe’ Wladi volvió a acudir al Palacio de los Deportes, acompañado de su amigo, el también yudoca Miguel Campos Mariño (hermano de Josele Campos). Pasó ante ellos la enorme humanidad de Antón Geesink que fue a sentarse a un par de metros de los dos jovenzuelos. Miguel no se dio cuenta y Wladi, que ya había asistido a un cursillo (‘stage’) donde el holandés impartió su saber, se lo hice notar a su amigo. El señor Geesink escuchó su nombre y vio la fugaz mirada de los mozalbetes (les daba cortedad hasta dirigirle la mirada). Al momento se levantó, se acercó a Wladimiro reconociéndome por haber participado en el mencionado ‘stage’. Se plantó frente a él. Le tendió la mano y le dijo muy circunspecto: ‘bonjour, monsieur’. Wladi balbuceó algo parecido y se puso más colorado que la capa del Yiyo. Jamás lo olvidará. Toda una leyenda viva como Antono Geesink se había dirigido a un insignificante yudoca madrileño de 15 años para saludarle. Así es el gran Antón, el mejor de todos los yudocas (tras Yigoro Kano). Por cierto que erró su pronóstico pues no creía que Yamashita llegase a fraguar en el gran yudoca que es (y ha sido). Argumentaba el holandés que los yudocas japoneses que se asomaban al éxito demasiado jóvenes, no llegaban a cuajar.

Valgan todos estos recuerdos como pretexto para colgar aquí un vídeo que nos han hecho llegar del gran Yamashita. ¡Que lo disfrutéis!


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