No me gusta hablar en público de deportes de masa como el fútbol u otros. Me acabo poniendo de los nervios y no por que se me vean los colores del equipo (del que sea) sino los de la sangre palpitando rabiosa a flor de piel. Hace mucho tiempo que dejé de defender a tal o cual club, palabreja inglesa que hemos aceptado para referirnos principalmente a macro-sociedades económicas que se nutren del fútbol o a lupanares. Concretamente, creo que fue el siglo pasado cuando vocee un gol y me abracé con alguien haciendo mía la alegría ajena y mostrando, con ello, algo más que ingenuidad. Gilipoyas somos.
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