Hace
ya muchos años acudí a Canadá a un congreso de jiu jitsu y
posteriormente di una
clase
en un magnífico gimnasio (Saint Jean Bosco). Fui con un gran amigo y
con un estupendo alumno que en tiempo récord consiguió el cinturón
negro de yudo (oficial). Una pregunta que me hizo, dicho
alumno,
iba en relación a lo rápido que había progresado pese a lo que
sentía que no maduraba lo suficiente en nuestro mundillo (en
el que, dicho sea de paso, nunca se acaba de aprender lo suficiente –
como en la vida -).
Me
quedé un tanto perplejo pues apreciaba mucho los progresos de dicho
alumno al que consideraba ya
un gran
amigo.
Después
de un rato pensando, intenté explicarle lo que creía podía sentir,
lo que notaba que le faltaba. Se ve que no estuve muy inspirado pues
creo que no le convencí. A ver si ahora me sé explicar mejor.
Recurrí
a una imagen que me inventé y en la que el agua tenía mucha
importancia. Se habla mucho del agua en lo que llamamos “artes
marciales”; se
usa como símbolo.
En
mi relato expliqué que años atrás había tenido un gimnasio. Un
día recibí la visita de un comercial de una conocida marca de
refrescos. Me ofrecía una maquinita dispensadora de la famosa bebida
y que iba conectada al agua. Llevaba unos depósitos donde se
encontraba el jarabe del famoso refresco. También llevaba una
bombona de gas. De esa manera, al echar una moneda, la máquina
servía, en un vaso, una pequeña parte del jarabe mezclada con agua
corriente y un poco de gas. El resultado era un líquido muy similar
al de cualquier lata de dicho refresco comprada en alguna tienda del
ramo.
Desde
luego el ingrediente principal era el jarabe.
Era el más caro.
Se trataba de un viscoso
concentrado
que llevaba el secreto de la formula de dicho refresco.
En
mi imagen comparaba lo que había conseguido mi alumno con el jarabe
en
cuestión.
En poco tiempo había conseguido lo imprescindible para lograr los
ingredientes de una formula poco conocida (casi secreta). Pero
faltaba algo, faltaba agua.
En
mi imagen intentaba comparar el agua al tiempo. Había
hecho lo difícil pero habían que diluirlo, a mi entender. Es
como esos tomates de estupenda pinta, que cortan todavía verdes –
por
prisas -
y maduran en la caja. Todo es muy aparente pero un paladar delicado
descubre que el vegetal está falto de sabor, de maduración.
Ojalá
que no me hayan cortado a mi demasiado verde. Creo que voy a
necesitar mucha agua, pero, desde luego, estoy dispuesto a tomarme el
tiempo necesario para coger sabor, para madurar. Espero no volver a
tener prisa por llegar no vaya a ser que me quede en jarabe. En
todo caso, voy
a disfrutar del agua que todo lo diluye, del tiempo, de cada rayo de
sol, de ese sol que nos hace madurar.
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