24.4.20

La máquina de refrescos


Hace ya muchos años acudí a Canadá a un congreso de jiu jitsu y posteriormente di una clase en un magnífico gimnasio (Saint Jean Bosco). Fui con un gran amigo y con un estupendo alumno que en tiempo récord consiguió el cinturón negro de yudo (oficial). Una pregunta que me hizo, dicho alumno, iba en relación a lo rápido que había progresado pese a lo que sentía que no maduraba lo suficiente en nuestro mundillo (en el que, dicho sea de paso, nunca se acaba de aprender lo suficiente – como en la vida -).


Me quedé un tanto perplejo pues apreciaba mucho los progresos de dicho alumno al que consideraba ya un gran amigo. Después de un rato pensando, intenté explicarle lo que creía podía sentir, lo que notaba que le faltaba. Se ve que no estuve muy inspirado pues creo que no le convencí. A ver si ahora me sé explicar mejor.

Recurrí a una imagen que me inventé y en la que el agua tenía mucha importancia. Se habla mucho del agua en lo que llamamos “artes marciales”; se usa como símbolo.

En mi relato expliqué que años atrás había tenido un gimnasio. Un día recibí la visita de un comercial de una conocida marca de refrescos. Me ofrecía una maquinita dispensadora de la famosa bebida y que iba conectada al agua. Llevaba unos depósitos donde se encontraba el jarabe del famoso refresco. También llevaba una bombona de gas. De esa manera, al echar una moneda, la máquina servía, en un vaso, una pequeña parte del jarabe mezclada con agua corriente y un poco de gas. El resultado era un líquido muy similar al de cualquier lata de dicho refresco comprada en alguna tienda del ramo.

Desde luego el ingrediente principal era el jarabe. Era el más caro. Se trataba de un viscoso concentrado que llevaba el secreto de la formula de dicho refresco.

En mi imagen comparaba lo que había conseguido mi alumno con el jarabe en cuestión. En poco tiempo había conseguido lo imprescindible para lograr los ingredientes de una formula poco conocida (casi secreta). Pero faltaba algo, faltaba agua.

En mi imagen intentaba comparar el agua al tiempo. Había hecho lo difícil pero habían que diluirlo, a mi entender. Es como esos tomates de estupenda pinta, que cortan todavía verdes – por prisas - y maduran en la caja. Todo es muy aparente pero un paladar delicado descubre que el vegetal está falto de sabor, de maduración.

Ojalá que no me hayan cortado a mi demasiado verde. Creo que voy a necesitar mucha agua, pero, desde luego, estoy dispuesto a tomarme el tiempo necesario para coger sabor, para madurar. Espero no volver a tener prisa por llegar no vaya a ser que me quede en jarabe. En todo caso, voy a disfrutar del agua que todo lo diluye, del tiempo, de cada rayo de sol, de ese sol que nos hace madurar.

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