En
un largo trayecto es inútil pensar que no seremos visitados por eso
que llamamos crisis. No soy ningún especialista, psicólogo o
filósofo como para afrontar ansiedades existenciales e ir
repartiendo sabios consejos. Pero sí que tengo gran experiencia en
“crisis”. Así es que lo que voy a hacer es hablar de mi
experiencia por si a alguien le puede venir bien.
Recuerdo
las sabias palabras de un colega que andaba tratando de consolar a un
pupilo que no había conseguido un triunfo que se había propuesto
(que había perdido, vamos). Una compañera se acercó y recriminó
al profesor: “es que tú no sabes lo que siente”. A ello el
profesor contestó entre sorprendido y cómico: “¿Cómo que no sé
lo que siente? Eso lo sé perfectamente. A lo mejor me quedo más
corto en saber lo que se siente al ganar”.
Risas
aparte, el profesor venía a poner el acento en que son pocas las
ocasiones de triunfo y muchas las de sensación de fracaso, las
crisis. Hasta los grandes campeones suelen tener más recuerdos
amargos que éxitos; hay que contar con ello. Lo importante parece
estar en no rendirse. Yo aún diría más… en sacar algo de lo que
llamamos derrotas. En sacar algo positivo claro.
Ignorar
la derrota ayuda poco. Ignorar que va a llegar alguna crisis es
inútil. Lo que hay que estar es preparado para ese momento. Apretar
los dientes, “metabolizar” el dolor – si se me permite la
expresión – y seguir persiguiendo el objetivo.
Leí
una vez un cuento sobre dos ranas que cayeron a un profundo pozo del
que no podían salir. Al día siguiente, al notar su ausencia, sus
compañeras fueron a buscar a la desdichada pareja. Las encontraron
exhaustas en el pozo así es que, tras comprobar que era imposible
sacarlas de allí, les dijeron que debían relajarse y prepararse
para morir.
Ambos
batracios, aunque aterrorizados, redoblaron sus fuerzas y saltaron
con más ahínco. Los resultados fueron los mismos. Hasta que una de
las ranas se rindió y al poco acabó muriendo. La otra siguió en su
empeño sin rendirse y redoblando sus pocas energías. Tanto fue así
que la rana acabó reuniendo fuerzas y, finalmente, alcanzó el borde
en uno de sus saltos. Se salvó ante la incredulidad de sus
compañeras.
Tanta
sorpresa tenían las demás ranas que le preguntaron el porqué no
había seguido sus consejos. Porqué no se había relajado y aceptado
su fin. Porqué había redoblado sus fuerzas hasta acabar saliendo
pese a que parecía imposible.
La
ranita no parecía comprender. Pasó a explicar que era sorda y que
se creía que los gritos eran para animarla.
Así
suelen ser los grandes, parecen sordos al desaliento. Encuentran
motivación donde otros parecen escuchan la voz de la derrota.
Si
la vida es una carrera de fondo, todos somos corredores de fondo. De
nosotros depende, casi siempre, que esa carrera sea larga y
provechosa. De nosotros depende sacar partido y aprender de las
situaciones que vamos encontrando. Nadie ha dicho que sea fácil.
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