10.4.20

Las crisis

En un largo trayecto es inútil pensar que no seremos visitados por eso que llamamos crisis. No soy ningún especialista, psicólogo o filósofo como para afrontar ansiedades existenciales e ir repartiendo sabios consejos. Pero sí que tengo gran experiencia en “crisis”. Así es que lo que voy a hacer es hablar de mi experiencia por si a alguien le puede venir bien.

Recuerdo las sabias palabras de un colega que andaba tratando de consolar a un pupilo que no había conseguido un triunfo que se había propuesto (que había perdido, vamos). Una compañera se acercó y recriminó al profesor: “es que tú no sabes lo que siente”. A ello el profesor contestó entre sorprendido y cómico: “¿Cómo que no sé lo que siente? Eso lo sé perfectamente. A lo mejor me quedo más corto en saber lo que se siente al ganar”.

Risas aparte, el profesor venía a poner el acento en que son pocas las ocasiones de triunfo y muchas las de sensación de fracaso, las crisis. Hasta los grandes campeones suelen tener más recuerdos amargos que éxitos; hay que contar con ello. Lo importante parece estar en no rendirse. Yo aún diría más… en sacar algo de lo que llamamos derrotas. En sacar algo positivo claro.

Ignorar la derrota ayuda poco. Ignorar que va a llegar alguna crisis es inútil. Lo que hay que estar es preparado para ese momento. Apretar los dientes, “metabolizar” el dolor – si se me permite la expresión – y seguir persiguiendo el objetivo.

Leí una vez un cuento sobre dos ranas que cayeron a un profundo pozo del que no podían salir. Al día siguiente, al notar su ausencia, sus compañeras fueron a buscar a la desdichada pareja. Las encontraron exhaustas en el pozo así es que, tras comprobar que era imposible sacarlas de allí, les dijeron que debían relajarse y prepararse para morir.

Ambos batracios, aunque aterrorizados, redoblaron sus fuerzas y saltaron con más ahínco. Los resultados fueron los mismos. Hasta que una de las ranas se rindió y al poco acabó muriendo. La otra siguió en su empeño sin rendirse y redoblando sus pocas energías. Tanto fue así que la rana acabó reuniendo fuerzas y, finalmente, alcanzó el borde en uno de sus saltos. Se salvó ante la incredulidad de sus compañeras.

Tanta sorpresa tenían las demás ranas que le preguntaron el porqué no había seguido sus consejos. Porqué no se había relajado y aceptado su fin. Porqué había redoblado sus fuerzas hasta acabar saliendo pese a que parecía imposible.

La ranita no parecía comprender. Pasó a explicar que era sorda y que se creía que los gritos eran para animarla.

Así suelen ser los grandes, parecen sordos al desaliento. Encuentran motivación donde otros parecen escuchan la voz de la derrota.

Si la vida es una carrera de fondo, todos somos corredores de fondo. De nosotros depende, casi siempre, que esa carrera sea larga y provechosa. De nosotros depende sacar partido y aprender de las situaciones que vamos encontrando. Nadie ha dicho que sea fácil.

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