Dos cuentos japoneses
Dicen
que hay un cuento japonés, muy corto, que dice que un anciano vivía
en una casa que se había mandado construir junto al cementerio. Ya
enfermo y muy viejo fue aconsejado para que abandonase su morada.
Pero el anciano se negó. A cambio, pidió que alguien le acompañara
en su casa junto al cementerio, pues veía muy próximo su fin. Allí
se trasladó un sobrino que un día vio colarse por una ventana
abierta a una mariposa blanca. Intentó espantarla y echarla por
donde había venido. Todo fue inútil. La mariposa acabó posándose
en el anciano que, por entonces, yacía en la cama y que murió con
la mariposa en su pecho. Poco después, el insecto reanudó su vuelo
para salir por la misma ventana y dirigirse al contiguo cementerio.
El
sobrino alcanzó a ver desaparecer a la mariposa en una vieja tumba,
pero muy lustrosa y atendida. Luego le contó lo sucedido a la madre;
la hermana del anciano. Ésta le explicó.
El
anciano, de joven, había conocido a una esplendorosa mujer de la que
se enamoró, pero no pudo casarse con ella, pese a jurarle amor
eterno; la bella mujer falleció pronto. No obstante el hombre juró
construirse una casa junto a ella para velar su tumba y honrar su
memoria. Juró que su corazón jamás sería para ninguna otra mujer.
De este modo, su amada, en forma de mariposa blanca visitó al hombre
cuando comprendió que llegaba su hora, como así fue.
Este
triste cuento de amor muy japonés, sin duda, deja un regusto amargo.
Así es que vemos con otro menos dramático.
Un
campesino marchó a la ciudad para vender su grano. Sacó un buen
precio por su abundante cosecha y se fue a emborrachar, para
celebrarlo, con sus amigos. Al día siguiente, con gran resaca, se
acercó a una tienda para cumplir el encargo de su mujer. Pero en tal
estado no consiguió acordarse de que le había pedido un peine, así
es que compró un espejo. Lo mandó envolver como regalo y no dio más
importancia.
Tan
pronto regresó a su casa el campesino entregó el regalo a su mujer.
Ésta lo abrió, en solitario, y se puso a llorar al mirarlo. Su
madre, al verla así, le preguntó. La mujer joven le dijo que su
esposo, con gran desfachatez, le había regalado el retrato de quien
debía ser su amante: una mujer joven y hermosa.
La
madre tomó el espejo, lo miró y quitó importancia a todo. “En
realidad se trata de una vieja” le dijo a su hija.
Me
quedo con la idea del espejo que ya hemos traído aquí en estos
días. En una historia, el espejo devuelve lo que queremos ver y en
otra no existe. El viejo anciano ni siquiera necesita un espejo para
ver el amor que profesaba a su novia.
Está
muy claro que cada cual ve lo que quiere cuando mira un espejo. Según
la RAE, en su segunda acepción, un espejo una “cosa que da imagen
de algo”.
Para
algunos esa cosa es una especie de cristal, para otros el alma de los
demás. Finalmente, muy pocos, ni siquiera necesitan el espejo. Ya
saben como son; ya saben lo que lo que buscan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario