Con el éxito obtenido el pasado jueves día de San Isidro, del que ya hemos dado cuenta, nos plantamos en las clases del viernes muy contentos. Pero nos encontramos, nada más llegar, con que también se trataba de un día un tanto especial. Muchos niños habían hecho puente.
Rebuscamos por ahí y vimos que pese a nuestras cuentas (somos de letras, ya lo hemos explicado muchas veces) sobraban unas medallas. Así es que organizamos un epílogo ‘sansidrino’, por llamarlo de alguna manera. Y hago aquí un inciso para explicar una cosilla.
No nos fuimos muy satisfechos al acabar nuestro primer trofeo San Isidro en la clase de Chiqui-yudo. Calculamos la cosa para que cuatro de cada seis yudocas se pudieran llevar medalla. Ocurrió que faltaron algunos niños y cuando entregamos las medallas nos dimos cuenta de que sólo tres muchachos se marchaban sin el trofeo. Lo cierto es que, como son de edades muy cortas (4, 5, 6 y 7 años) quisimos rectificar, pero no nos dio tiempo. Bien cierto es, también, que los que ganaron medalla lo hicieron por su esfuerzo, por sus méritos y en aplicación de unas normas que fueron iguales para todos. Es decir, que, en sentido contrario, el que no ganó medalla, seguramente fue por no haberse esforzado tanto como sus compañeros. Aquí hago la salvedad de David Estáuchez, que hizo un meritorio trabajo y se le escapó la presea al enfrentarse a rivales muy efectivos. Por eso le felicito y le animo a seguir esforzándose, porque va a ser un estupendo yudoca, tarde o temprano, si sigue así.
Dicho esto también añado que estamos en una sociedad donde se empieza a hablar de volver a dar al esfuerzo un valor (será porque se ha dejado de valorar). Y añado que el invento del trofeo de San Isidro fue en aplicación de un intento (uno más) de estimular a los alumnos. Si lo que resulta es que, al final, conseguimos lo contrario (que los interesados siguen esforzándose –porque les gusta lo que hacen- y los menos interesados se van frustrados –porque constatan que sin esfuerzo se diferencian de sus compañeros que sí se esfuerzan- pues hemos hecho un pan como una hostia (con perdón, que queremos referirnos a la oblea). Claro que se supone que somos ALIADOS de los padres en eso de la educación de sus hijos y que, seguramente, pueden aprovechar estas cosillas para hablar con sus hijos explicarse eso de que hay que esforzarse un poco más y charlar con ‘el profe’ si lo creen oportuno, para que refuerce ese mismo consejo.
Hubo otro incidente en otra de las clases, esta vez con dos yudocas de doce ‘añazos’ inmiscuidos. Cuando acabó el trofeo en este grupo, y ya hacíamos el saludo de despedida de la clase, el yudoca que había sido calificado en cuarto puesto se quejó. Denunciaba haber perdido un encuentro con la compañera calificada en tercera posición, de manera irregular. Se trata de un niño que ya ha dado probadas muestras de tener un alto sentido de la justicia y, enseguida, se comprendía que no se quejaba de balde. Pero, la reclamación se la hacía al profesor, varios minutos después de haberse finalizado ese encuentro, cuando había tenido un árbitro (otro compañero mayor, cinturón negro, por demás) al que debía haberse dirigido, en su momento. Por eso se le explicó lo inadecuada que era su queja, no por faltarle fundamento, sino por haberla postergado.
Con estos dos incidentes lo que se nos remueve, por ahí dentro, es una reflexión. No por poco analizado el tema habrá que darle una vuelta más. Hablamos del amor propio, de ese orgullito que todos tenemos y que, a veces –muchas veces- se nos ve herido; se nos lastima. Bastó que el ‘profe’ sacara un puñado de medallas ‘recicladas’ para que el trabajo de todos los días se viera trastocado y cobrara nueva dimensión. Hay que volver a explicar que las medallas, los puntos, los cinturones de honor, el color de cada cinturón, los aplausos, las felicitaciones, son estímulos. No son metas, ni objetivos. Son ‘inventos’ para que los niños se incentiven a sí mismos. Para que quieran asistir a la clase cuando en invierno hace frío, o en verano hace calor. Son acicates para que prefieran jugar al yudo con sus compañeros que quedarse en el parque con los amigos. Son alicientes para que no se acuerden de la ‘play station’, de la televisión, del ordenador… a la hora de cubrir el tránsito hasta llegar a nuestro doyo.
No creemos que un solo niño se haya inscrito en la actividad por obtener alguno de estos estímulos, sino que lo habrán hecho (tenemos los ‘tests’ que avalan lo que decimos), por aprender a defenderse; por ser más fuertes, ágiles y estar en buena forma; por llegar ser campeones; etc. En nuestro cuestionario preguntábamos a nuestros alumnos “qué esperan conseguir gracias a las clases de yudo”. La gran mayoría de nuestros alumnos opta por “ser un buen deportista”, “aprender a defenderse” o “aprender muchas cosas”. Eso nos llena de orgullo, pues son poquísimas las veces que se responde: “ganar trofeos, copas o medallas”. Esa respuesta, sería mucho más materialista, pero también mucho más coherente con la sociedad que nos ha tocado vivir en que se juzga a las personas por cómo visten, por el coche que conducen y por el piso que habitan.
En cambio, sí que es cierto que muchos niños abandonan la actividad por verse incapaces de colmar su cuota de ‘narcisismo’ –que todos tenemos- mediante la obtención de este tipo de estímulos. Suelen recurrir a engaños muy manidos del tipo de ‘siempre hacemos lo mismo’ que, además de insultante es una falacia. O simplemente se sinceran explicando que ‘se aburren’. Pero hay deberían estar los padres, mucho más maduros que sus retoños, para explicarles que no se va a la clase sólo para obtener una chapa de color dorado, plateado o cobrizo, aún cuando ponga en ella eso tan reconfortante de ‘campeón’ –o casi-.
Por no extendernos, invocaremos una vez más al sentido común de los padres, que siempre lo tienen, para volver a hacer de estos incidentes anecdóticos una nueva oportunidad para educar a nuestros jóvenes; a esos seres llamados a colmar nuestra vejez cuando veamos que han sido capaces de mejorar esta sociedad que les legamos, a hacer de este mundo que les dejamos, un espacio más habitable, gracias a la educación que les hemos dado.
Y, con su permiso, volvemos a felicitar a los campeones y a animar a los que no lo fueron en esta oportunidad. Animamos a los que, pese a esforzarse no consiguieron el que parecía único objetivo (ganar a los demás), recordándoles que al único que hay que ganar es a uno mismo (que es el que nos impone los límites que cada cual tenemos). Y por si sirve de consuelo, animamos a reflexionar que en las clases de yudo siempre tenemos clara nuestra consigna de preparar a nuestros yudocas para la vida, esa vida en la que no te dan una medalla por irte triste si no la has ‘ganado’; esa vida que coloca a cada cual en su sitio y en la que acaban levantándose los que están acostumbrados a levantarse tras cada caída (como hacemos los yudocas docenas de veces en cada clase, cientos de veces a la semana, en miles de ocasiones cada año e incontables oportunidades a lo largo de nuestras vidas).
“No se preocupen porque sus hijos caigan, preocúpense porque se levanten”.
RESULTADOS:
1ª CLASE:
- Marina Cabrero
- Raúl López
- Christian Pérez y 3. Ariadna Gamito
2ª CLASE (mayores):
- Carlos Muñoz
- Sonia Sieiro
- Sergio Cortés
2ª CLASE (menores):
- Adrián Rodrigo
- Víctor Pérez
- Miguel Serrano
TODOS LOS 'SUPER-ISIDROS':
Hola Wladi!Entro a menudo en tu blog y me encanta el tono crítico y a veces "muy" ácido que sueles utilizar.
ResponderEliminarPero en esta ocasión al leer tu artículo, me he sentido en desacuerdo con algunos puntos, y no sólo como madre, también como educadora.
Mencionas palabras como "estímulo", "esfuerzo" y "recompensa", pero hablas de niños de 4 a 7 años.A éstas edades hay niños que por más que se esfuercen nunca son recompensados, nunca ganan;cuando se gana hay medalla, cuando pierdes te vas sin nada; si los adultos nos frustramos ¿cuánto más no lo hará un niño de 4 años?
Por otro lado,¿para qué se organizan las competiciones?¿por qué no se les premia a todos? Aunque padres y profesores nos esforcemos en explicar que no se compite para ganar, si no por participar, al final los que ganan, ganan y los que pierden se van sin nada y encima les decimos que hay que esforzarse más. Cierto es que la vida es dura y a veces no es justa, pero ¿cómo se lo explicas?
En algo si estoy deacuerdo contigo, deberíamos enseñarles a nuestros hijos y alumnos que el éxito es levantarte mas veces de las que caes.A mi me ha llevado 36 años enterderlo, ojalá mi hija gracias a vosotros -profes de judo- se dé cuenta antes.
Perdona por la "charleta" y recibe un GRAN SALUDO de mi parte.
Qué razón tiene Sol en este acertado comentario y qué cortas y traicioneras son las palabras cuando queremos decir algo importante. Hemos empezado reconociendo que no nos fuimos nada satisfechos con lo ocurrido en nuestro ‘San Isidro’, especialmente, en la clase de los ‘chiqui-yudocas’. Luego nos hemos puesto a dar explicaciones y, quizás, nos hemos perdido en reflexiones un tanto elevadas. Para situar las cosas en un terreno más prosaico y dar satisfacción a Sol, que se la merece y que se ha tomado la molestia de dejarnos un comentario, diremos lo siguiente.
ResponderEliminarEntendemos que cometimos un error (de ahí que hayamos dado tantas explicaciones) y estamos en la vía de repararlo (en la medida en que se puede ahora hacer). Ya hemos articulado una especie de maña para demostrar que hubo un error (nuestro) y que, no obstante, los tres menuditos yudocas también habían ganado (como sus compañeros) una medalla. De momento, incluso hemos pedido disculpas y estamos tratando de hacerlo con la debida discreción para que no se desmonte nuestra estrategia.
Añadiré muy en el terreno personal (que es el que reservo para mis grandes fracasos y raros aciertos) que de el pequeñín que encendió la señal de alarma en mi es el que me lleva más esfuerzos atender en todas y cada una de las clases a las que asiste. Y, claro, esta especial atención que requiere, es la que me hace tenerle en especial cariño (y no al contrario). Quiero decir, que lejos de ser un perdedor (perdió la medalla) es un ganador (se gana a diario el afecto, la atención y las fatigas de su profesor de yudo)… y yo encantado. Con estas cosillas que pasan en las clases –como las relatadas- un profesor gruñón, avejentado y sensible se siente rejuvenecer. Aunque se trate de un profesor de yudo, se llega a siente que tiene un pago más allá de su nómina. Perdonen que me de importancia, pero siempre digo que tengo dos trabajos: uno que me da dinero para tirar para delante y otro que le da sentido a mi vida. Le tengo que dar gracias a los niños que me ponen a prueba cada día y, también a quienes me recuerdan que lo puedo hacer mejor. Por todo eso agradezco especialmente este comentario de Sol y animo a quienes lo lean a seguir el camino de la crítica constructiva (y hasta de la destructiva si es preciso –que tampoco pasa nada de vez en cuando por tener que volver a levantar algo que parecía sólido ¿no hablábamos de volver a levantar?-)
Wladimiro Martín