Un nuevo Festival infantil de yudo ‘Villa de Ajalvir’ acaba de concluir. Se desarrolló a lo largo de la mañana del pasado sábado día 14 de junio de 2008. Vino a constituir nuestra clausura del curso y un nuevo espaldarazo a la labor que nos da sentido a un puñado de profesores de yudo, que hacemos de tal profesión, razón existencial de nuestra vida.
Todos los años quiero poner un elemento crítico a este festival en que se engancha el alma de Javier Linger, ‘futuro del yudo nacional’, como ya he dicho en más de una ocasión (y si no… al tiempo). Y todos los años pienso que se utiliza demasiado el micrófono, que se deja demasiado tiempo a los niños en un lado del tatami en total inactividad, que ‘nos damos demasiado jabón’… Enseguida me doy cuenta de que el Festival de Ajalvir es así y no tendría sentido cambiarle ni una sola coma, ni un ápice de lo que es, a riesgo de que dejase de serlo.
Para empezar, el micrófono da llegada a la grada del mensaje que se transmite. Y no es mensaje baladí. En la grada están los padres de nuestros jóvenes yudocas, muchos de los cuales realizan un acto que no dejaremos jamás de ensalzar por su magnitud: nos entregan a sus hijos, con total confianza, para que les formemos, eduquemos, instruyamos, sociabilicemos… a través del yudo. Nos los entregan con total confianza. Pero no siempre tienen ocasión de comprender lo maravilloso que es practicar ‘yu-do’, las ventajas de acercarse a la filosofía del ‘camino de la flexibilidad’. Por eso, no está de más que escuchen un poco lo que se dice por el micrófono; no está de más que se hable explicando lo que hacen los chavales, cuando están bajo nuestra custodia. Es necesario enaltecer nuestro deporte, la labor de los profesores… pues son pocas las ocasiones que se nos brindan para ello. Tampoco está de más que los niños (algo recordarán) estén presentes, oyendo palabras que hacen que reine el silencio en la grada (algo se estará diciendo).
Por otra parte, ya he comprendido hace mucho tiempo que no se deja de ser humilde por alabar a los tuyos, a aquellos en los que crees, especialmente cuando son ‘grandes’. Tratar de no dar importancia a lo que lo tiene es como mear al viento o escupir al cielo. Además, ya he dicho que esto de ‘darnos jabón’ se hace en el estricto marco del Festival de Ajalvir y no en todas y cada una de nuestras acciones, como vienen a hacer quienes dudan de lo que hacen. Sorban imágenes para que cada cual utilice las suyas.
Finalmente, lo de que los niños estén un ratito escuchando a sus mayores no deja de ser positivo en un mundo en que suelen acompañar raras veces a éstos y menos cuando hablan de algo que les pone en juego su futuro; su propia existencia. Como además, están en una etapa muy caracterizada por la presencia del ‘ego’, saben aguantar pacientes al estímulo del sorteo de regalos que caracteriza a esta singular concentración deportivo-social que es el festival de Yudo de Ajalvir.
LOS ESFUERZOS DE UN TITÁN
Hay que recordar que para el desarrollo de este Festival de Ajalvir se precisa un alto presupuesto que depende, casi exclusivamente, de Javier Linger, profesor a la sazón de las escuelas municipales de yudo del Excelentísimo Ayuntamiento de Ajalvir. Y este insigne Ayuntamiento de villa de apenas 3.000 habitantes (según censo de 2004), ha encontrado en nuestro compañero Linger a un valuarte del yudo y lo ha sabido reconocer, volcándose en la promoción de nuestro deporte y en que el Festival tenga el brillo que se merece que, de hecho, tiene.
Claro que en un lugar tan especial como Ajalvir, Javier Linger ha sabido, en pocos años, tener más alumnos en la escuela municipal de yudo que en la de fútbol (ese ‘semi-desconocido deporte’ que se juega a patadas y que permanece ‘casi invisible’ en los medios de comunicación de masas –‘mass media’-). Y todo esto hablando de una pujante población que dista sólo 26 kilómetros de la capital del reino.
Ajalvir es, de todo punto, envidiable. Hay anécdotas sabrosísimas como la de que la escuela de yudo había pasado por muchas manos antes de la llegada de Linger (y sólo Javier supo triunfar donde antes otros habían fracasado –o por lo menos no habían triunfado-). Anécdotas, decíamos, como la de que el actual concejal de Deportes, Francisco José Luque, fue yudoca de las escuelas municipales de Ajalvir siendo su profesor Javier Linger.
Singularidades al margen, ya le hemos dicho en broma, más de una vez a Linger, que, en el improbable caso de que se aburriera del yudo, nos gustaría tenerle de comercial. Debe de ser de una persistencia a prueba de bombas. Consigue implicar a comercios y empresas de la zona que donan productos (juguetes, bolsas deportivas, fruta, etc.) o aportan dinero para camisetas, cinturones de yudo, juguetes, mochilas… Luego se encarga de supervisar todo: la confección de carteles, la preparación de las bolsas de regalos, las placas para personalidades y amigos, las medallas… ¡Ay, las medallas! Este año, con la huelga de transportistas se hubo de ir a por ellas hasta Alicante donde estaban retenidas. Se encargó el propio Ayuntamiento en un gesto más de complicidad que como yudocas apreciamos y agradecemos.
Antes de seguir con nuestra crónica, queremos dejar claro que las cosas no suelen suceder por arte de magia. Javier dedica muchos esfuerzos y tiempo a la organización de este Festival al que luego, generosamente invita a cuantos nos aprovechamos del mismo. Desde aquí nuestra gratitud por todo ello, en el nombre de los nuestros y en el propio.
NUEVO HOMENAJE AL GUÍA
La figura del maestro en el yudo está algo descuidada y conviene volver a insistir en ella. En una sociedad volcada al mercantilismo se olvidan algunos valores que no cotizan en bolsa, que no se pueden comprar, ni vender, ni pesar, ni mensurar, ni cuantificar. Y, sin embargo no sólo existen sino que son parte esencial de nuestra propia existencia. Hablamos de cariño, educación, dignidad, honestidad, ejemplo, respeto…
Javier Linger tiene claro lo que le debe a Rafael Ortega, como lo tenemos muchos otros que hemos tenido la fortuna de acertar a entrar en su fabuloso mundo. Javier Linger, que sabe lo que le debe a Rafael Ortega y su inseparable Purificación Polo (nuestra Puri), lo reconoce cada vez que puede… ¡y hace bien!
Hace unas semanas que Linger quiso darle una vuelta de tuerca a ‘su festival’, incluyendo un homenaje más implícito del que ya supone en sí este acontecimiento hacia nuestro maestro Rafael Ortega. Lo digo porque el festival es, en principio la despedida del curso de los profesores de yudo que se caracterizan por ser, a su vez, alumnos de Ortega y emplear su método de enseñanza. De este modo, se reúnen más de medio millar de yudocas de todas las edades, con sus bandas de color cosidas en las mangas, practicando yudo total. Seguramente que este simple hecho es para que Ortega se sienta satisfecho pese a que sabemos es hombre perfeccionista que no se contenta con cosa cualquiera.
Pero en esta ocasión del pasado sábado día 14 de junio de 2008, llegaba la décima edición del ‘festival’ y había que hacer algo grande. Linger no se contentó con encargar medio millar de camisetas, otros tantos ‘jasimakis’ (o cachirulos de yudo), 500 bolsas, casi mil carteles (‘posters’), y más de cinco centenares de medallas. Se le ocurrió que sería del agrado de Rafael y de Puri encontrarse en el mismo tatami en que se celebraba el festival con insignes yudocas -hoy abogados, doctores, profesores, empresarios- todos ellos habiendo sido sus propios alumnos en etapas significativas de sus vidas –las de unos y otros-. De este modo, se reunieron legendarios alumnos del Banzai como Ángel Oteo, Carlos Jodra, Ángel Grau, Luis Menor y muchos más que dejo de enumerar por si la falta de memoria me hace caer en descortesía, al dejar alguno sin citar.
UNAS PALABRAS SOBRE ORTEGA
Cuando se juzga a un maestro de yudo se suele empezar por sus conquistas deportivas. Se suele seguir por su actual estado de forma y capacidad para ‘repartir leches’ –perdón por la expresión- y hasta se juzga su labor por el coche que tiene y el lugar en que imparte sus lecciones.
Con estos paupérrimos raseros Ortega seguiría siendo un gigante. Pese a haber sido sometido a la más injusta de las sanciones deportivas jamás vertida sobre un yudoca español en toda la historia de este deporte, fue 16 veces campeón de España.
Aquel dictatorial régimen fascista en que los presidentes de federación eran militares del Régimen sólo pudo truncar la proyección deportiva internacional de Ortega (que no era poca -4º en un europeo, plata en un preolímpico-). Dentro del ámbito nacional nadie ha alcanzado nunca, ni de lejos, su impresionante palmarés o curriculum deportivo.
Por otra parte, Ortega sigue impartiendo personalmente decenas de clases semanales en un templo como es el Banzai de la calle Maldonado, en colegios en los que lleva lustros como el Claret o Sagrado Corazón… Valga como ejemplo que lleva adelante, junto al maestro Manuel Jiménez, desde hace lustros también, los entrenamientos federativos (los del primer sábado de cada mes), siendo este programa el más longevo de todos cuanto haya lanzado la Federación Madrileña de Yudo en toda su historia.
En cuanto a lo de ‘repartir leches’ y al coche (o coches –o coches y motos-) ni siquiera voy a añadir palabra alguna. A lo que quiero pasar es a otra forma de medir a las personas por el trabajo que hacen: el resultado que da. Suelo decir que un maestro es tanto más grande por el nivel que alcanzan sus alumnos. Y en el caso de Ortega me cuesta trabajo seguir esta disertación porque mi natural humildad me pone freno (yo también soy alumno de Ortega y a mucha honra). Pero como tengo muchos otros ejemplos seguiremos por esta senda recordando a algunos desmemoriados algunas ‘cosillas’.
La primera mujer yudoca de este país que consiguió una medalla internacional (medalla de plata en un europeo senior) era una tal Teresa Campos Mariño, actualmente 6º Dan y miembro (o miembra como dice la ministra) de la comisión de katas.
Ortega consiguió algo insólito en el mundo del yudo y de la competición deportiva: acudir a un campeonato nacional con un alumno y proclamarse él y su alumno (ambos) campeones de España. Su triunfo fue cuando Ortega volvió a conquistar por enésima vez el título de los ligeros y Rafael Hernando se llevó el de semipesados o medios (no recuerdo bien –yo era un niño-).
Ahora que hablamos de Hernando es buen momento de reflexionar en lo difícil que es esto del yudo. Con su sexto Dan, su gimnasio Sugata y su impresionante camada de campeones y de cinturones negros, el bueno de Hernando acabó dejando el yudo hace ya unos cuantos años. Para los desmemoriados diremos que Hernando fue maestro de Paco Lorenzo, Chencho Arolas, Chema Larrañaga… ente otros insignes yudocas hoy día grandes maestros. Es decir, que por mucho que les pese a algunos, vendrían a ser ‘nietos-yudocas’ de Rafael Ortega.
El caso de Ortega es el de un maestro capaz de armar una saga de yudocas que, a su vez, ramificaron en muchas otras. El caso de Rafael Hernando no es único. De los legendarios tiempos del Samurai de la calle Juan Bravo hay que citar a los Tresguerres, Chus Cortés, Alfonso de Lucas, Chus Rivas, Pepe Ude, José Juan Hernández, Pablo Aviol… y también a gente como los hermanos García Balcones (Ángel Luis es hoy director y propietario de la franquicia Body Factory), los hermanos Martínez Manzanares (que luego colaboraron a extender el yudo por Torrejón de Ardoz), al alto grado Pedro Rodríguez Dabauza, el increíble Josele Campos (Campeón de España senior con sólo 14 años de edad)… Volveremos a callar para no omitir a algún importante yudoca y caer en descortesía, como decíamos más arriba.
Sí quiero insistir en una persona como Jesús Rivas, que también acabó forjando otra saga de yudocas de valía en el Sagrado Corazón del Paseo de Santa maría de la Cabeza. Hablamos de gente como Julio de la Torre (el 6º Dan más joven), David Maestro, Iván Vega, el tristemente fallecido Paquito Ayala, Mariajo, Carmen… (más ‘nietos-yudocas’).
También quiero dejar un par de datos curiosos más. Por el Banzai han pasado fabulosos yudocas de élite a ultimar su preparación antes de compromisos del calibre de Juegos Olímpicos, Campeonatos del Mundo o de Europa. Este sería el caso de José Luis de Frutos, José Antonio Cecchini, Ignacio Sanz Paz, Ernesto Pérez…
Por si lo deportivo – competitivo abruma nos vamos a otro ámbito, sin dejar de recordar que la esposa de rafa (Puri) también fue campeona de España, así como su hija Patricia (la menor) y creo que Vero (la mayor) también.
Otro dato a favor del más singular y admirable de los maestros de yudo. En el propio festival de Ajalvir se dio homenaje (merecido homenaje) a Félix del Valle (alumno de Ortega de toda la vida). La semana anterior había cumplido 79 años y volvió a acudir a este festival ataviado con su yudogui y presto a realizar una de sus estupendas demostraciones de kata.
FÉLIX DEL VALLE. EL ‘CHAVAL’ QUE SE APUNTÓ HACE 40 AÑOS
Nunca es mucho lo que se escribe de Félix del Valle como ejemplo de persona, de yudoca y de amigo. Tan entrañable como ejemplar, este menudo yudoca no fue jamás campeón de España (ni de su barrio probablemente tampoco). Ni falta que le hace.
Félix del Valle es el ejemplo con piernas. Es en quien piensas cuando oyes sandeces (“yo ya estoy muy mayor”) y de quien te acuerdas cuando necesitas superar algún bajón.
No voy a entrar en lo personal, que merecería la pena, pero no es momento ni lugar. El que quiera saber más de su vida que se haga su amigo, que merece la pena, si se estima en algo esto de la existencia.
Diré que Javier Linger organizó también un pequeño homenaje para Félix a quien ya destacamos en crónica anterior a la que ahora remito para extendernos aún más (como sería de nuestro agrado, por otra parte).
Sí que podemos añadir que Rafael Ortega le considera como a un hermano mayor y que contó una sabrosa anécdota que resumimos adhiriéndonos al homenaje a Félix.
Hace unos cuarenta años –contó Ortega- acudió al Banzai una señora. Se interesaba por las clases de yudo. Preguntó por los horarios, los precios, las características del deporte del yudo… Ortega respondió a todas las cuestiones hasta que preguntó por la edad del ‘chaval’. La esposa de Félix (q.e.p.d.) respondió con sorna y fino humor: el chaval es mi marido y tiene 40 años.
Treinta y nueve años después, aquel chaval sigue empeñado en serlo y… en demostrarlo. Acude puntual a su cita con los ‘colegas’ del gimnasio los lunes, miércoles y viernes. Por cierto, sigue yendo en moto, como casi siempre. Y, todavía, de vez en cuando, se queja de estar ‘cascado’.
Mientras Ortega y Linger pronunciaron unas palabras para dar a conocer el ejemplar comportamiento de Félix del Valle a padres de yudocas (que bien podrían ser todos –pro edad- hijos de este yudoca) se proyectaba un vídeo. En las imágenes se podía ver a Félix en una sesión de yudo, corriendo, haciendo flexiones de brazo, abdominales, uchi-komi, katas…
NUESTROS QUERIDOS NIÑOS (y sus papás)
Tenemos que agradecer a los padres de nuestros yudocas lo que hacen por nosotros (traer a sus retoños a nuestras clases). Vivimos de ello y nos sentimos orgullosos de poder decirlo. El policía presume de su trabajo porque garantiza el orden, el juez del suyo porque proporciona justicia, el albañil saca pecho aduciendo que construye casas y otras cosas, el panadero por proporcionar alimento, el político por gobernar nuestras instituciones… Nosotros, los profesores de yudo, no podemos presumir de todo eso. Nuestra labor es humilde y, casi siempre callada. Quizás por eso nos extendemos en ocasiones como ésta. Pero también tenemos que decir que nos basta con la satisfacción de contribuir a educar hombres y mujeres a través de la maravillosa herramienta que es el yudo de Yigoro Kano. Nos limitamos a presumir de difundir los principios del yudo tradicional.
Principios del YUDO
Yiko no Kansei (perfección del ser humano –interno y externo-; búsqueda de equilibrio y salud personal, así como dentro de la sociedad)
Yita Kyoei (beneficio mutuo; principio de ayuda muy ligado a la máxima anterior -ayudar a los demás a encontrar su propia perfección, pues si sólo se busca el beneficio personal, pronto se encuentra el fracaso-)
Seiryoku Zenyo (máxima eficacia, con el mínimo esfuerzo, en el empleo de la fuerza física y mental o espiritual)
Creemos que nuestra labor es digna y respetable. Tenemos fe en nuestra labor entrenando deportistas, adiestrando a mujeres y hombres para que se sepan defender (no a atacar), educando a niños en las leyes del equilibrio, del respeto al mayor (más edad, más cinturón, más experiencia…), del juego colectivo aunque el esfuerzo sea individual, del valor de la constancia, de la riqueza de la tradición, del reto de la innovación, etc.
Además de todo eso, tenemos la suerte de estar incluidos en una de esas familias a las que uno puede intentar entrar, a las que uno puede solicitar pertenecer y, luego, para seguir dentro (¡claro!), hay que merecer pertenecer. Hablamos de una ‘gran familia’, como muchos años gustó de llamarla Rafael Ortega, y por ende de yudocas. Pero somos miembros de dicha familia y lo somos con vocación de trascender el ámbito del ‘doyo’ (del tatami). Son muchas las ocasiones en que uno de nosotros hace algo en alguna faceta de su vida (más allá del gimnasio, del ‘doyo’ o del tatami) y lo hacemos pensando en las consecuencias. No será la primera vez que actuamos pensando en cómo hubiera actuado en similares circunstancias nuestro maestro. No será la primera vez que un yudoca actúa y reflexiona, casi a la vez, sobre lo que pensará de dicha acción el maestro.
Ya hemos hablado en más de una ocasión de la figura del guía y no nos cansaremos de hacerlo, dada la importancia que tiene. Todos tenemos (o hemos tenido) padre y ese es, sin duda, el principal guía. Es la persona responsable de que estemos, de que seamos, de que existamos… Por supuesto en mágica confabulación con la madre. Por tanto, padre es guía y persona de la que uno hace referente, luz y mucho más. Es alguien de quien uno se siente orgulloso (y pobre del que no sienta tal orgullo), por quien uno actúa y para quien uno guarda lo más íntimo de sus acciones e incluso pensamientos. Lo que pasa es que en el mundo de lo que llaman ‘artes marciales’, existe la figura del maestro. Es más que padre guía, pero no sustituye, en modo alguno tal figura. Más bien vendría a complementarla, si acaso. En todo caso, es complejo explicar la suerte que una persona tiene al encontrar un maestro y mucho más aún de entender, si no se ha acercado uno al mundo del yudo. Sin embargo, toda esa dificultad se torna sencillez a la hora de aseverar toda la importancia del maestro, una vez se tiene. Al modo que el padre transmite los valores de la familia, los códigos del grupo y establece el principio de autoridad, así un profesor de yudo suele transmitir valores tradicionales del yudo, forjados, a su vez, en la base del ‘Bushido’ (código de los caballeros guerreros). El maestro es principio de autoridad, a su vez, pero, en los tiempos que corren, si es profesional, lo sabe hacer dando argumentos (si no se quedaría sin alumnos, salvo que impartiera sus lecciones en países orientales, donde no se duda tanto el principio de autoridad). Y qué difícil es esta cuestión… Qué difícil es hacer atractivo algo donde se nos pone a prueba a diario, donde se nos limita cuestiones que campan por sus lares en cualquier otro ámbito social (vanidad, hedonismo, egolatría, soberbia, narcisismo, prepotencia…) En fin, decíamos de las ventajas de tener maestro. Ortega, con su fiel aliada Puri, es un mago en estas cuestiones. Vive del yudo exclusivamente, como ha vivido toda su vida de dicha profesión. Se ha sabido adaptar a tiempos, circunstancias, crisis, sanciones, críticas y otros vendavales. No ha renunciado jamás a un ápice de su personalidad (marcada personalidad) y, sin embargo, su vasta familia de yudocas y deportistas crece y crece cada año un poco más. ¿Será el ejemplo que da? ¿Será su absoluta honestidad y firme convicción en sus principios? Juzguen Uds.
NUESTROS QUERIDOS PAPÁS (y sus hijos)
Hace unos días vi al padre de uno de nuestros yudocas tomar parte en una clase de karate. Me sorprendió porque sabía que levantaba peso en la sala de musculación, casi a diario, pero no pensé que pasase de ello. Es más, recuerdo que en alguna ocasión le invité a tomar parte en alguna de nuestras clases y declinó la invitación tratando de argumentar insignes estulticias con sonoras gilipoyeces (con perdón). Para colmo, cuando le pregunté por ese súbito interés suyo en le karate me soltó un par de perlas más. Reconoció que el monitor de pesas le había invitado a tomar parte en dicha sesión de coces y saltitos (que es lo que se hace en el 90 por ciento de las clases del minoritario deporte japonés). Y aseguró que había aceptado porque era muy buena persona. Deduje que no debe tener tal consideración de mi mismo cuando no aceptó mi invitación de tomar parte en alguna clase de yudo (deporte absolutamente mayoritario en Japón). Para colmo reconoció que había practicado yudo de pequeño (más pequeño aún, entendí yo).
De esta anécdota saco algunas conclusiones más allá del bagaje cultural del personaje (que pudiera ser inventado para este relato, ojo). Para los padres, lo que hace un profesor de yudo suele entrar en le terreno de lo que se rata en la serie 4º Milenio de Iker Jiménez. La mayoría de los padres (y madres, aunque en menor medida –siempre las mujeres son más listas y, sobre todo intuitivas-) suele pensar que cuando se cierra la puerta de la sala en la que su hijo practica yudo comienza algo sobrenatural, algún fenómeno paranormal, abducciones marcianas y cosillas por el estilo. No deja de ser inquietante para ellos y por eso volvemos a agradecer su confianza. Luego, cuando escuchan a sus hijos fortalecen su convicción de que el profesor es más galáctico que Beckham, Figo, Zidane y Ronaldo juntos, pero se les despeja la inquietud. Reconocen que no entienden un ‘pijo’ –cosa insignificante, nadería- de lo que sucede, pero que no tiene connotaciones negativas. Su hijo o hija no corre peligro mientras se disfraza y acude a una actividad que más les parece cosa de secta que deporte de los que conocen.
Hay una cuestión aún más preocupante, que es donde queríamos llegar. En el ejemplo del ‘luminaria’ que probaba el arte de dar patadas y mamporros, reconocía el sujeto haber practicado yudo. Ahí está la guasa.
En este país, ha practicado yudo hasta el presidente Zapatero (ya ven Uds.). Otra cosa es que seguramente lo que les enseñaron fue el arte de lanzarse a la yugular de sus compañeros con más o menos gracia y con el transparente deseo de estampar sonoramente su osamenta (la del compañero o rival) contra el suelo. Son legión los que recuerdan la famosa ‘osotogari’ y muchos también los que guardan un imborrable –lo de imborrable suele ser literal- recuerdo de las ‘ostias’ (con perdón) que se llevaban contra el suelo. De eso ya hemos tenido incluso en el ‘doyo’ de Parla y ya está erradicado.
Hemos llegado a una de las cuestiones más importantes y que antes pasan por alto ‘nuestros queridos papás’. Nuestra escuela emplea la metodología del maestro Ortega, con principios tan fundamentales como que ‘tori’ (el que ejecuta una llave) es el responsable de ‘uke’ (sobre quien recae la acción o ejecución de la llave). Esto parece baladí, pero todo el que practicó yudo de mozo probablemente lo hizo bajo un principio absolutamente antagónico. Si ‘uke’ se hacía daño al ser proyectado es que no sabía caer (¡tócate los ‘eggs’!). Hay muchísimo más, pero no tenemos ni tiempo ni espacio ahora para aclararlo. Baste decir que nuestra primera llave en ser explicada no es la famosa ‘osotogari’, en que hay que mantener todo nuestro peso y el del compañero sobre una sola pierna. Nuestra metodología está pensada y diseñada para que cada yudoca aprenda lo más conveniente con arreglo a la etapa de crecimiento en que se encuentra. Osotogari no la conocen nuestros mangas naranjas, ni verdes, ni rojas, porque no están cómodos con esas edades sobre una sola pierna (algunos mangas naranjas ni siquiera saben saltar a la pata coja).
En definitiva, creemos que siempre habrá público para practicar karate, aunque cada generación, los chavales vienen más listos y son más inteligentes. Hasta en Japón, de donde son originarios tanto yudo como karate, este deporte de patadas y puñetazos es minoritario. Fíjense que el hombre, en la prehistoria, no deja de ser primate hasta que no tiene la capacidad prensil (agarrar). En karate no existe la posibilidad de ‘agarrar’ (acción prensil) y, en cambio, en yudo sí existen los atemis, además de los desequilibrios, agarres, técnicas de proyección (cadera, hombro o brazo, pierna, barridos, sutemis), técnicas de control o inmovilización, técnicas de control o palancas sobre articulaciones, controles para estrangulamiento o rendición…
En cuanto a lo de que ‘nuestros queridos papás’ siguen encuadrando el yudo en el ámbito de lo litúrgico… Bueno, seguiremos haciendo clases públicas, mañanas del YU, escritos como éste, circulares informativas… Seguiremos tratando de explicar de palabra a ellos mismos y, por supuesto, a sus hijos (a quienes tal vez debieran escuchar más ¿no?) lo que es nuestro yudo; el yudo sin jota y sin ‘leches’ si me lo permiten. Entre tanto volvemos a seguir agradeciendo su confianza al entregarnos a sus hijos para que les eduquemos con la maravillosa herramienta que es el yudo.
Para acabar, nos gustaría decir que en el caso del ejemplo antes citado, ese padre (¿inventado?) ni siquiera se acercó a ver a su hijo al festival de Ajalvir. Igual tenía mucho trabajo. Es una pena porque tal vez su hijo no sepa explicarle lo bueno que es el yudo que él practica, y los esfuerzos de su profesor en aplicar una metodología moderna y contrastada.
En fin, reiteramos nuestro agradecimiento por su confianza y, para los casos como el mencionado… Sigan Uds, confiando (y practicando karate a ratillos muertos)
¡País de karatecas!
NOTAS P.D.:
Karateca: Practicante de kárate que defiende y ataca con puñetazos y patadas
Karate: Modalidad de lucha japonesa, basada en golpes secos; básicamente patadas.
Burro: Asno, animal solípedo, como de metro y medio de altura, de color, por lo común, ceniciento, con las orejas largas y la extremidad de la cola poblada de cerdas. Es muy sufrido y se le emplea como caballería y como bestia de carga. Se defiende y ataca con su característica coz; básicamente a patadas.
Más NOTAS P.D.
¡Que gane España!
A ver si por fin sale el sol por Antequera (y nos ponemos a cantar cara a Antequera… ¡digo! ¿No te karateca...?)